Los Tres Demonios de Lirio "Relatos de Terror de Halloween"
Los tres demonios de Lirio
“Recuerdo que era la madrugada del 31 de
octubre, con mis pies bañados en sangre, caminé lentamente por los pasillos de
mi casa, todo estaba en silencio, un silencio que busqué durante mucho tiempo,
mis oídos estaban ya serenos, el aire se tornaba armonioso, en mi ensombrecida
habitación ya no habría gritos de ultratumba. Caminé por la casa en penumbras
lentamente, con un solo pensamiento en mi mente, y este era “tranquilidad”, la
más radiante y delicada tranquilidad espiritual y mental, apenas podían oírse
mis pies dando pequeños pasos, hasta podían oírse las gotas de agua que caía
del grifo en el cuarto de baño. Me senté en el sillón junto a la ventana,
encendí un cigarrillo en la oscuridad, pude escuchar cómo se quemaba el tabaco,
exhalé profundo el humo, la luz de la luna llena se colaba por mi ventana, ya
estaba aliviada, feliz de haber encontrado la paz que tanto ansié. Espero que
logren entender por qué lo hice, sé que mañana seré perseguida por los
terribles crímenes que cometí, seré maldecida, hasta seguramente muchos querrán
asesinarme, pero tengo mis buenas razones, yo sólo deseaba un silencio
perfecto, por eso los maté. Créanme que no es fácil para mí redactar toda esta
historia después de lo que acabo de hacer, después de los homicidios que he cometido
esta noche. Sé que necesitaran saber qué fue lo que causo toda esta masacre, no
habrá nada en esta vida que me libere de la culpa que siento, sé que van a
verme como una mujer loca que miente para manipularlos, pero está en sus
corazones creerme o no, cada quien es dueño de sus actos, yo fui muy consciente
de los míos, y no me arrepiento de haberlos asesinado.
“Mi nombre es Lirio, tengo 38 años, y esta
noche asesiné a mis hijos mientras dormían, era extraño verlos dormir, fue
maravilloso matarlos, estaban siempre inquietos, haciendo cosas terribles.
Entré a su cuarto y los apuñalé uno por uno, corté sus gargantas, maté a mis
tres niños. Seguramente te preguntaras por qué, pero solo te puedo decir mis
razones, aunque no las comprendas, porque no hay razón en el mundo para que una
madre termine con la vida de sus hijos. Ellos, los tres, eran mis gemelos, los
busqué tanto pero tanto… Mi querido esposo, David, deseaba más que nada tener
hijos, pero no podía dejarme embarazada, entonces fuimos a visitar a un médico
brujo, un curandero, el cual le dijo a mi marido que debía dejar su cuerpo y su
mente libres en la noche del 31 de octubre, aquel día, según cuenta la
tradición, los muertos caminan entre nosotros, se abren las puertas del más
allá y todos los demonios y difuntos caminan sobre la tierra. David me llevó a
un viejo cementerio, encendió unas velas negras, y siguiendo los conjuros
entregados por el viejo brujo que visitamos, se desnudó y se recostó sobre una
antigua sepultura, después gritó muchas veces.
–
Recibo a los muertos y a los demonios en mi cuerpo, utilicen
mi cuerpo esta noche, soy la ofrenda para que posean mi cuerpo, a cambio les
pido que me den los hijos que tanto he buscado.
“Luego se quedó dormido, no sabía qué
hacer, temí acercarme a él.
“Pasados varios minutos, se sentó. Sus
ojos estaban completamente negros, sin brillo, me sonrió. Asustada, comencé a
correr, hasta que él me lanzó sobre el suelo, muchas voces de ultratumba salían
de sus labios, su piel estaba dura como la de los muertos.
–
Seremos padres amor, es la única manera – logré escuchar
entre tantas voces que salían de sus labios negros. Hicimos el amor sobre la
tumba hasta el amanecer, fue la experiencia sexual más fuerte y sádica de toda
mi vida, pensé que moriría. Me entregué por amor a mi esposo que estaba poseído
por demonios.
“Los médicos no comprendían como había logrado
el embarazo, durante los primeros siete meses, por la noche, David era poseído
por aquellos espíritus, me golpeaba y salía a la calle, siempre regresaba
empapado en sangre, por la mañana era nuevamente el esposo dulce del que me
enamoré. Cuando veía las marcas en mi rostro se desesperaba, sufría calambres
terribles, dolores de cabeza, vomitaba todo el tiempo, estaba como muerto en
vida, hacía cosas extrañas, como comer la carne cruda y beber y comer sus
propios desechos. Una tarde David se arrojó a las vías del tren, me dejó sola,
no soportó vivir de esa manera, intentamos varias formas de liberarlo de los
demonios que lo habían poseído, pero todo fue en vano, él no resistió la culpa,
el dolor y los tormentos a los que los demonios lo sometían y se quitó la vida.
Al poco tiempo nacieron mis tres hijos varones, los niños estaban todo el día
comiendo, eran muy grandes para su edad, no podía amamantarlos, puesto que
habían nacido con dientes, los médicos decían que eso era normal. Cuando
cumplieron siete años los dejé al cuidado de mi madre para salir a trabajar,
cuando regresé, ella se había ahorcado en el living de mi casa, los niños me
dijeron los tres juntos como un macabro coro de demonios: “No hicimos nada
malo, es que la abuela quería jugar al ahorcado”.
“A los pocos meses debí dejarlos solos para
irme a trabajar, asesinaron a dos niñeras, la primera era una joven de
diecisiete años, a la que obligaron a saltar desde el techo de mi casa. La
pobre cayó de cabeza. Uno de mis hijos subió y ella, al verlo, intentó bajarlo,
pero supuestamente resbaló y cayó, rompiéndose el cuello, eso fue lo que la
policía me dijo, pero después los niños riendo dijeron que la obligaron a
saltar porque no los había dejado jugar a los cortes con los cuchillos de la
cocina. A la segunda niñera la encontraron desnuda en la tina de baño con las
venas cortadas, “suicidio” dijo la policía, puesto que era una joven
problemática, pero no fue así, mis hijos jugaron al fin su juego preferido con
ella, este consistía en hacerse cortes con distintos cuchillos, y el que más
cortes resistía, era quien ganaba. Ellos me dijeron, los tres juntos, como un
cántico de ángeles oscuros: “La niñera nos ganó en el juego de corta y sangra”,
y me enseñaron sus brazos cortados, vi como los cortes se curaban solos en sus
bracitos. No pude contratar más niñeras, no quería que murieran más y más
inocentes.
“Comencé a dejarlos solos, aquella tarde
llegué del trabajo muy agotada, hacía un calor insoportable, abrí la nevera, y
el gato que me acompañó durante dieciséis años de mi vida estaba congelado. Los
niños dijeron. “No hicimos nada malo mamá, el gatito tenía calor”.
“Nada los complacía, estaban días enteros
gritando, peleando entre ellos, pidiendo comer a cada rato, varias veces me
golpearon, me insultaban, e intentaban juegos sangrientos conmigo, como la
noche en que me despertó el puñal que atravesó mi muslo derecho, o la vez que
intentaron prenderme fuego en mi cama, el olor a gasolina me despertó justo
cuando ellos encendieron un fósforo. Mis hijos me aterraban, estaba todo el día
con miedo, ya no deseaba seguir sumergida en el dolor, en las penumbras, en el
terror, entonces comencé a pensar en la manera de asesinarlos. Intenté dejarlos
abandonados, los llevé de viaje, los dejé en una vieja catedral, y corrí tan fuerte
como pude, pero ellos volvieron al otro día, estaban furiosos. Todo empeoro.
“Ya no soportaba más sus gritos de ultratumba
por la noche, querían dormir conmigo, se pasaban en la madrugada a mi cama, y
debía de susurrarles canciones para que se durmieran. Nunca dormían. Con tan sólo
escucharlos respirar me desquiciaba, entonces les di unos fuertes
tranquilizantes en la cena, esperé que se durmieran, les cante viejas canciones
de cuna, les leí varios cuentos, tardaron tres largas horas en dormirse plácidamente.
Después de haberlos acunado como si fueran bebes a uno por uno, al fin se
durmieron, fue entonces que los apuñale. Ahora en mi casa reina el silencio,
ahora los demonios no me harán más daño, ahora podré dormir al fin”.
Esta es la carta que escribí aquella noche,
ellos me obligan a leerla en voz alta cada día para que recuerde que no morirán
jamás, el por qué había yo asesinado a mis hijos. Creí que podría contra mis
tres demonios, pero me equivoqué. Que estúpida fui. La leo con gran vergüenza,
ellos aparentaron haber muerto, solo dos horas de silencio gané al cortar sus
cuellos, ellos nacieron y vinieron a quedarse en este mundo, mis hijos
volvieron a la vida o nunca murieron, aún no lo sé, solo recuerdo que me
encontraba felizmente fumando mi cigarro en el silencio de una noche hermosa,
cuando de repente en la oscuridad, iluminados apenas por la luz de la luna que
ingresaba por la ventana, mis hijos aparecieron, y los tres juntos, como un
coro de ángeles del infierno, exclamaron sonriendo: “¡Mami! Perdiste en corta y
sangra”.
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