Cuento de Terror "Bajo la luz de la Luna Llena" (Cuentos de Lobos)
Bajo la luz de la Luna llena
Sentada en el bote con
sus piernas cruzadas, Alicia acomodaba su rojizo cabello hacia un costado con
elegancia, lo miraba de reojo con un poco de timidez, se trenzó el cabello y
apoyó sus codos sobre las rodillas, lo miró a los ojos y sonrió tenuemente, con
delicadeza, arrojó una piedra pequeña al agua, apoyó su mentón sobre las palmas
de sus manos y sus dedos tocaron sus rosados labios, posó su mirada sobre el
agua. Martín remaba sin apuro, cortando el agua mansa muy despacio con los
remos, era la primera vez que utilizaba su bote, prefirió estrenarlo con su
novia en aquella tarde de verano de 1960. Se sentía encantado por los bellos
atributos de Alicia, pensaba en pedirle matrimonio a orillas del río una vez
que estuvieran en el puerto, siempre observaban juntos la puesta del sol a
orillas del río, y al caer el ocaso, la acompañaba hasta su casa caminando por
el frondoso sendero del bosque.
Hacían pocos meses de
noviazgo, pero él ya sentía que la amaba. Miró el cielo rojizo con algunos
pájaros volando en círculos. Mientras amarraba el bote, el viento soplaba
cálido, el crepúsculo se aproximaba y debía llegar a tiempo para que Alicia no
fuera regañada por sus padres. Una tenue bruma se desplazaba hasta cubrir
tenuemente el puerto, el ocaso había dado paso a la noche mientras emprendían
la caminata, Martín se quitó el saco para cubrir los hombros de Alicia,
comenzaron a caminar por el sendero que bordaba el oscuro bosque. Por momentos
él la miraba, pero aún no se atrevía a decir nada, se quitó del bolsillo del pantalón
la sortija y la sostuvo en su puño cerrado, ella observó unos instantes la luna
llena por entre las altas ramas de los finos árboles, lanzó un largo suspiro.
Al oír unos pájaros
gritar alarmados en la espesura del bosque, ambos miraron hacía los árboles.
Sin darle mayor importancia siguieron el camino, “seguro es alguna comadreja o
animal cazando su presa en la noche”, pensó Martín mientras seguía esperando el
momento oportuno para pedirle matrimonio. A lo lejos se escuchó el aullido de
un lobo, Alicia se asustó.
–
Tranquila Alicia, el animal está lejos, no va a
suceder nada – le dijo. La
sensación de que algo los estaba siguiendo comenzó a crecer en los pensamientos
de la joven, como un fatídico presentimiento. Para tranquilizarla, la abrazó
con ternura.
–
¿Qué era eso tan importante que debías decirme? – preguntó Alicia.
–
¿Quieres ser mi esposa? – le preguntó con sus ojos ansiosos por la
respuesta, los ojos de Alicia se llenaron de lágrimas mientras Martín colocaba
la alianza en su dedo anular.
–
¡Sí! ¡Quiero casarme contigo! – exclamó con alegría Alicia.
En ese instante se
escuchó el crujir de una rama seca, ambos se miraron en silencio, Martín se
puso de pie, se oyó como si alguien corriera por el bosque pisando ramas y hojas secas,
los pájaros que despertaban espantados delataban una presencia furtiva y
peligrosa, alguien o algo se ocultaba en el follaje. Martín le pidió que se
quedará quieta para que no notaran su presencia, ocultándola tras su espalda,
Alicia lo abrazó con fuerzas. La más oscura y amenazante noche los rodeaba, se
oyó como una respiración que no era humana, casi
imperceptible, el sonido aterrador fue aumentando, hasta que de un saltó la
bestia que los seguía se apareció frente a ellos tan rápidamente que apenas
pudieron advertirlo, de su boca abierta emanaba el vapor de su furia, lanzó un
espantoso gruñido, trataron no correr. La bestia dio un aullido estremecedor
que confirmó el miedo que sintió Martín, definitivamente tenían frente a ellos
un hombre lobo. Martín empujó a su novia y le gritó que corriera, la bestia se
lanzó sobre él, quién luchaba para quitárselo de encima. Alicia corría con
desesperación por el sendero que la llevaba a su casa, lloraba, el sonido de un
disparo la detuvo, el estruendo fue tal que ella al frenar la marcha cayó al
suelo. Pensó en volver, no podía dejarlo, y regresó a donde Martín se hallaba
luchando con la bestia.
Cuando
llegó, vio a dos hombres armados con pistolas y escopetas, Martín se veía en
perfecto estado, sólo tenía unos rasguños, ella lo abrazó y lloró
desconsoladamente. Los cazadores les contaron que llevaban seis días de luna
llena intentando matar al hombre lobo, la bestia, que permaneció oculta entre
los árboles esperando el momento de atacarlos, al rozarle una bala, se escapó.
Cuando miró hacia atrás vio al terrorífico monstruo, estaba en el final del
sendero. Antes de que la escopeta volviera a tronar se sumergió en la oscuridad
del bosque que lo amparó nuevamente como a otros misterios que seguramente se
deslizaban entre las sombras, esperando pacientemente ver cruzar a una persona
por algún camino o sendero apartado.
Los cazadores quisieron acompañarlos
hasta donde iban para que estuvieran a salvo, pero Martín se negó, tomó la mano
de Alicia y retomaron el sendero. Cuando llegaron a la casa de Alicia, ella
sintió que la mano de su novio estaba mojada, miró y la notó ensangrentada.
–
¡Te hirió! Déjame ver… – dijo preocupada, él
descubrió su brazo derecho, tenía cuatro heridas muy profundas que sangraban –.
¡Busquemos un doctor! – exclamó Alicia.
–
No, son unos simples rasguños – dijo Martín.
–
¡Te ha mordido! – exclamó Alicia mirándole el hombro izquierdo.
–
No va a pasarme nada, mañana voy al doctor – dijo, y la despidió con un pequeño beso en
los labios.
Dos semanas después del
ataque, la pareja contrajo matrimonio, vivían en la granja familiar de Martin,
dedicándose a la compra y venta de caballos, trabajo que la familia de Martín
brindaba desde varias generaciones. Alicia y Martín estaban viviendo el sueño
de toda su vida, formar una familia, pero a la cuarta semana de casados Martín
enfermó.
Las heridas provocadas
por aquel encuentro con el hombre lobo nunca cicatrizaron, debía cambiar las
vendas entre cinco y seis veces por día, cubría de esa manera el estado de sus
lesiones para que su esposa no se diera cuenta de la terrible infección.
Martín, percibía aromas y hedores que otros ni siquiera conocían, su
temperatura corporal estaba siempre elevada, como si tuviera fiebre crónica,
podía oír los más leves sonidos, como el de las ratas en el ático, o el gotear
de la canilla de la cocina, y en las noches, cuando todo era silencio, a pesar
del canto de los grillos, él podía oír la gota del grifo de la cocina, y el de
las agujas del reloj de pared que estaba en el living de la casa, junto con el
correr de las pequeñas patas de las ratas en el ático, y los búhos y comadrejas
del bosque. Todos estos sonidos y olores no le dejaban cerrar tranquilamente
los ojos para dormir en la habitación de arriba. Alicia insistía en llamar al
doctor, pero él se negaba, molestándose.
Los dos últimos días
antes de lo inevitable, Martín se sentía irritado, todo lo fastidiaba, se había
colocado algodones para tapar sus oídos porque ya no soportaba los susurros,
por último, comenzó a ponerse también tapones de gasa en los orificios nasales
y tomaba largas duchas frías. Eran las seis de la tarde y Alicia estaba en la
cocina picando cebollas y zanahorias para agasajar a su marido con una carne
rellena al horno. Martín ingresó, bebió un vaso de agua.
–
¿Quieres una limonada? Es una tarde calurosa – dijo picando unos dientes de ajo.
Martín no respondió, posó
su mirada inerte y ansiosa sobre el pedazo de carne cruda, el plato que la
contenía estaba lleno de sangre. Alicia le contaba cosas que había hecho
durante el día con una gran sonrisa dibujada en su joven rostro, pero él se
sentía poseído y excitado por aquel trozo de carne sangrante. Tomó con fuerza
la carne con una sola mano y la llevó a su boca con rapidez, arrancó trozos con
los dientes, Alicia gritó, él la dejó caer al suelo, de dos grandes mordiscos
ingirió medio trozo de la carne cruda.
–
¿Por qué? ¿Qué te está sucediendo? – gritó Alicia. Martín corrió y subió las
escaleras, abrió la ducha y se metió en ella con la ropa puesta. Alicia lo
siguió, lo halló sentado en el piso bajo el agua fría –. ¡Mi amor! ¿Qué está
pasando? – sollozó Alicia.
–
El ataque de la bestia me ha provocado cambios
– dijo quitándose la ropa mojada. Salió de la ducha.
–
Tus heridas han empeorado… ¿Por qué lo
ocultaste? – dijo Alicia curándolo.
–
Debes prometerme que harás todo lo que este a
tu alcance para alejarte de mí los siguientes días – suplicó Martín.
–
¡No! ¿Por qué aceptaría eso? – preguntó ella pasando el
antiséptico sobre sus lesiones.
–
Quiero que me escuches muy bien – dijo tomando la mano de su esposa, ella se
sentó asustada –. Fui a visitar a Estela – exclamó Martín.
–
Enloqueciste, Martín, es la bruja del bosque,
es una mujer hechicera, una gitana que ha robado a varias mujeres en el pueblo
vendiendo brebajes y pócimas – dijo Alicia molesta.
–
No importa eso, por favor, escúchame y no me
interrumpas, tengo poco tiempo – dijo Martín, Alicia lo miraba con un gesto de
preocupación marcado en su joven rostro –. Estela, vive en una pequeña cabaña
muy en lo profundo del bosque, dos días después del ataque, mientras compraba
en una tienda unas vendas y yodo, me encontré con un hombre que le explicó al
farmacéutico que había recibido el roce de una bala mientras cazaba en el
bosque, presumí que era el hombre lobo que nos atacó, algo dentro mío lo
reconoció. Lo seguí sin que lo percibiera, estaba bastante herido, cojo de una
pierna, y cada tanto presionaba su hombro, era un hombre muy joven, no más de
diecisiete años. Lo vi ingresar a la cabaña de Estela y llamé a su puerta. Ella
me recibió muy amablemente y me pidió disculpas por la mordida que me dio su
hijo, me dijo que ya no podía hacer nada, salvo cuidarme las noches de luna
llena.
–
¿Por qué cuidarte? Para eso estoy yo, te
cuidaré, Martín – dijo Alicia.
–
Te juro, mi amor, que lucho contra los instintos
que intentan dominarme – dijo Martín atosigado.
–
Todas las personas luchamos una pelea en
nuestro interior… – dijo Alicia
acariciando el rostro de su esposo.
–
Estela me explicó que son los hombres lobo,
ella fue condenada por su aquelarre por traicionar a una cofradía, cayó sobre
ella la maldición, daría a luz a un hombre lobo, él me contaminó, todos creen
que es una leyenda, pero es real…
Relato de Martín
“El hombre lobo fue
creado para proteger los bosques de la mano del hombre, para proteger a los
brujos y paganos, para exterminar a todos
aquellos que están arruinando la tierra. Siglos atrás, en tiempos inmemorables,
los hombres lobos habitaban las montañas, campos y bosques en manadas, todos
ellos eran una parte del espíritu de la tierra, algunos de ellos, con el correr
del tiempo, comenzaron a hostigar a los humanos que intentaban robar su
territorio, luego, resignados, se aislaron. Algunos de ellos se llenaron de ira
y asesinaron lugareños, ya no les alcanzaba con alimentarse de otros animales.
Los humanos comenzaron a cazarlos, uno a uno fueron desapareciendo, los pocos
que han quedado se unieron, y se ocultan los días de luna llena en el bosque.
Estela los ayuda a ocultarse, los cuida cuando resultan heridos, ellos son el
espíritu del bosque y deben de volver a protegerlo, el muchacho que me atacó
estaba recién iniciado. Se ha dicho que el hombre lobo debe alimentarse de carne humana para
sobrevivir, pero no es así, sólo atacará a un humano si este ingresa a su
territorio para devastarlo, o aniquilar a su especie; en esencia, es un cazador
que disfruta matando y devorando sus presas cuando estas atentan contra la
naturaleza. Te sorprenderías mucho si supieras lo culto e inteligentes que son
estos pocos hombres que protegen el secreto y la cofradía, te sorprenderías más
si supieras quienes son cuando están en la sociedad, todos los humanos tienen en
su interior a una bestia, los hombres lobo tienen la capacidad de
exteriorizarla, la mayoría de ellos puede vivir una vida plena y llegan a
dominar a la bestia y a convertirse cuando lo desean”.
–
¿Te convertirás en hombre
lobo? – preguntó Alicia.
–
Sí, esta noche será la
primera vez, vendrán a buscarme – dijo Martín.
–
¿Por qué no me lo habías
dicho? – preguntó aterrada.
–
Porque no te hubieras casado
conmigo, llevo ahora la carga de esta maldición… ¡Te amo, Alicia! – exclamó y cayó al suelo.
–
Me habría casado contigo de
todas formas, te amo Martín, mi amor no cambia por saber la verdad – Alicia se inclinó y lo abrazó, sintió su
piel ardiendo —. ¿Te sientes mal? – preguntó asustada.
–
Tengo calambres, siento que
me desgarro por dentro. Ya falta poco, debo irme – dijo Martín.
–
No me importa, amor mío, si
te conviertes en una bestia, o si tendremos hijos que lleven la carga de esa maldición…
¡Te amo! – dijo Alicia.
–
Enciérrate bajo llave en la
alcoba, ¡ahora! – gritó Martín.
Alicia
lo abrazó, su piel estaba caliente y sus ojos se habían puesto amarillos,
comenzó a retorcerse en el suelo como si una fuerza ajena a la suya le quebrara
los huesos. Alicia corrió a la habitación y puso llave, empujó contra la puerta
las dos mesas de luz, se metió en el closet y cerró las puertas, cubrió sus
oídos con ambas manos, los gritos desgarradores de su esposo se escuchaban en
toda la casa. Después de unos minutos, salió, observó por la ventana, vio a su
esposo correr hacia el bosque, iluminado intensamente por la pálida luz de la
luna. Su tamaño era tres veces mayor al de un lobo común, pero igual a estos.
Alicia se persignó, suspiró hondamente y posó su mirada sobre la luna llena.
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