¿Qué soy? Relato de Terror
¿Qué soy?
Bajó del automóvil, era una soleada tarde de
primavera, su jefe abrió la cajuela para que pudiera bajar su maleta y bolso,
le entregó un manojo de llaves.
–
El tipo que vivía en
esta casa era un magnate ingles que, según dicen, estaba algo loco. Era
ermitaño, falleció hace unos meses y mi jefe compró la casona en un remate por
la mitad de su valor, la venderá a más del doble – le dijo.
–
¡Qué suerte tienen
algunos! – respondió.
–
Como dice el dicho,
amigo, “dios le da pan al que no tiene dientes”. En unas dos semanas vengo a
mostrar la casona – dijo su jefe y se marchó.
Ariel observó el cartel rojo y blanco que
decía “se vende”, alzó la cabeza para contemplar la gran casona estilo
victoriana, pensó en la felicidad que sentirían aquellas personas que fueran
afortunadas en poder comprar semejante inmueble, él apenas podía pagarse un
pequeño departamento en una zona algo insegura, no podía tan siquiera soñar en
ser el próspero dueño de una mansión de aquellas proporciones. Atravesó el
portal y caminó lentamente por el jardín, estaba algo descuidado, pero el aroma
de la madre selva era realmente hechizante. El día comenzaba a dar paso a la
noche, sabía que debía de comenzar el trabajo en los jardines y revisar los
techos muy temprano en la mañana, la paga era buena, y le habían permitido
mudarse para cuidar el lugar mientras los agentes inmobiliarios la mostraban a
sus clientes. Leyó una placa de bronce ubicada junto a la puerta principal:
“Familia Sanders” decía. Tomó el manojo de llaves, al abrir la puerta, las
bisagras rechinaron. Al ingresar se encontró con una sala lujosa e inmensa,
parecía un salón de baile, sonrió, la decoración era muy antigua y victoriana.
Lo primero que hizo fue dejar su bolso sobre la gran escalera y comenzó a
recorrer la casa, se sentía como un niño. Exploró toda la planta baja, nunca en
su vida había habitado un lugar así de bello, él era un muchacho de treinta
años que había crecido en un pueblo, deseaba tener una casa similar, o al menos
un poco menos grande. “¿Cómo se sentiría tener tanto dinero?”, se preguntó.
En el segundo piso se encontró con una
habitación la cual era la única que estaba bajo llave, probó algunas de las que
estaban en el manojo y logró abrir la puerta, ingresó, al parecer había sido
utilizada como estudio por su anterior dueño. Tenía un escritorio en medio y
las paredes estaban cubiertas por bibliotecas muy altas, la ventana estaba
cerrada y extrañamente tapiada con unas tablas. Ariel fue por su martillo y
quitó los clavos de los trozos de madera que impedían abrir el ventanal desde
donde podía verse el jardín completo hasta el portón de la casa, era una zona
tranquila y alejada del centro de la ciudad, ni siquiera vio pasar un solo
automóvil por ahí. Era un poco difícil llegar, la carretera que llevaba a la
casona era todavía de tierra y piedra. Abrió de par en par el ventanal y
respiró el aire fresco, la puesta del sol era un paisaje de una belleza
extrema, brillaba débilmente en la copa de los robustos árboles.
A la medianoche lo despertó el repiqueteo de
los relojes, dio varias vueltas en la cama, pero no lograba dormirse
nuevamente. Se sirvió café y fue hasta la biblioteca, colocó algunos leños en
la chimenea y los encendió, aquella habitación era fría. Intentaría que la
lectura le devolviera el sueño, en sus ratos libres solía leer mucho. Mientras
leía los títulos de los libros, hubo algo que llamó poderosamente su atención,
una caja de cedro antigua con extraños símbolos grabados, estaba sobre el escritorio,
junto a un portarretratos del difunto Eugenio Sanders. La tocó con la yema de
sus dedos al ver que parecía tener marcas de rasguños, habría que tener mucha
fuerza para dejar en aquella madera marcas de uñas. Le dio curiosidad saber que
había dentro de la misma, pero tenía llave. Revisó los cajones del escritorio
con desesperación, buscando la pequeña llave que abriría la caja. “A lo mejor
hay dinero o monedas de oro en su interior”, pensó, pero quizás ya no existía
la llave, de ser así, rompería la cerradura. No estaba en ninguno de los
cajones, revisó entonces todo el lugar sin resultado, inspeccionó cada cajón en
cada mueble de la casa, se tardó casi cuarenta minutos buscando aquella llave,
hasta que se le ocurrió mirar el manojo que le había dado el agente de la
inmobiliaria, y ahí vio una pequeña llave parecida a la de un candado antiguo.
Subió las escaleras corriendo, miró fijamente la caja de cedro e introdujo la
llave en la ranura, giró y logró abrirla, en el interior de la caja había un sobre
cerrado por un sello de cera. Se sentó y leyó:
Dejó la carta sobre la mesa sin darle mayor
importancia.
Miró el reloj en la pared, eran la 1:23 am, se
llevó la cafetera al estudio, tomó la caja cuyo interior estaba repleto de
piezas de madera y se sentó cómodamente. Agarró la primera pieza y la colocó
sobre el escritorio frente a la chimenea sonriendo. Al principio le resultó
algo fácil, los contornos eran piezas de fácil colocación y mostraban unos
símbolos tan raros para él como los dibujos tallados en la caja, cuando terminó
de armar el marco completo, un fuerte viento abrió un lado del ventanal y un
relámpago estalló en el cielo. Se levantó, miró hacia afuera, se aproximaba una
tormenta, los árboles se mecían con fuerza. Cerró la ventana y echó otro leño
al fuego, un sonido lo perturbó bastante, fue como si alguien hubiera llamado a
la puerta, dos golpes muy claros sobre la puerta. Caminó lentamente y abrió con
rapidez para sorprender a quien hubiera llamado, pero no había nadie, quizás su
mente comenzaba a sentirse cansada, miró el reloj en la pared, marcaban las
3:00 am en punto, decidió entonces regresar a la cama y continuar en otra noche
de insomnio con el armado del rompecabezas. Abrió el ropero y se puso uno de
los pijamas del fallecido magnate, era de seda y de color gris, se sintió tan
cómodo y feliz, no molestaba a nadie sintiéndose millonario mientras estaba en
la soledad y el silencio de aquella casa. Se lanzó sobre la cama y abrazó una
almohada, afuera el viento producía sonidos que eran algo inquietantes, pero ya
sentía sueño, y sólo quería cerrar los ojos. Cuando comenzó a dormirse, otro
sonido lo perturbó al extremo de sobresaltarse en la cama, era como si alguien
arrastrara una cadena por el pasillo. Apagó la luz del velador, los sonidos de
pasos y del arrastre de algo metálico que golpeaba sobre el piso eran fuertes,
se detuvieron frente a su puerta. Ariel se levantó lentamente de la cama,
tanteando, agarró el atizador de la chimenea que había en aquella alcoba, tomó
el picaporte y abrió muy despacio, no halló a nadie del otro lado. Pensó en que
quizás estaba tan irritado por no poder dormirse que su cabeza lo estaba
haciendo escuchar ruidos, cerró nuevamente la puerta y se acostó dejando el
atizador junto a la cama, se tranquilizó al no escuchar nada más y cerró los
ojos.
Pasaron unos minutos y comenzó a sentir calor,
estaba sudando, dio varias vueltas, no podía dormirse, de tanto en tanto unos
rayos en el cielo lo iluminaban, instintivamente abrió los ojos justo cuando la
luz de un relámpago iluminó la habitación, le pareció ver a una persona de
estatura muy alta de pie junto a la cama, del susto se cayó del lecho y comenzó
a buscar tanteando el atizador para defenderse, pero no lo encontraba, la sombra
que estaba de pie se movió. Ariel gritó y encendió la luz, no había nadie, el
atizador había desaparecido, corrió entonces escaleras abajo, dispuesto a dejar
la casa. Mientras bajaba las escaleras todos los relojes repiqueteaban, una vez
en la puerta principal, desesperado, se agarró con fuerzas del picaporte para
salir de la casa, intentó abrir, mirando contantemente hacia atrás, pero no
podía abrirla. Pensó en salir por alguna ventana, pero al correr las cortinas
lo que vio lo dejó en estado de parálisis, el terror lo poseyó, ahora varias
sombras, como personas de gran estatura, estaban de pie frente a los
ventanales. La electricidad se cortó en la casa, comenzó a escuchar susurros,
eran en un idioma que no comprendía, repetían “debet ludere” casi como un
cantico de voces infernales. Estos susurros se entremezclaban con el maullar de
los gatos y el aullido de perros lejanos. Ariel respiraba con agitación, fue a
la cocina y encendió unas velas, recorrió la casa colocando velas y encendiendo
los candelabros antiguos, las figuras seguían de pie frente a las ventanas,
impidiendo que él saliera y musitando. Ariel se reflejó en un espejo sin darse
cuenta, se acercó porque no podía creer lo que veía, su rostro parecía
alargado, y detrás de él, el espejo revelaba a varias sombras. Miró pasmado
hacia atrás, pero no veía a esas personas altas de rostros desfigurados. En las
ventanas seguían las figuras como guardianes que musitaban “debet ludere”.
Subió las escaleras temblando. Pensó en
refugiarse en el estudio, pronto iba a amanecer, cuando ingresó se dio cuenta
que el reloj seguía marcando las 3:00 am, no había otra alternativa que seguir
armando el puzle. Se sentó y continuó con el rompecabezas, las piezas de madera delicadamente fabricadas
pasaban precipitadamente por sus manos y se iban incrustando en el lugar
correspondiente. Entendió que el magnate ingles intentaba advertirle algo que
quizás no podía escribir… ¿El antiguo puzle estaba maldito? Cada vez que miraba
el reloj, este seguía sin mover ni una sola aguja, con cada pieza colocada, los
sonidos comenzaban a desaparecer, el calor iba en aumento, los relámpagos no
cesaban en el negro cielo. Ariel comenzó a notar que los símbolos habían formado
un circulo, y dentro del circulo aparecían letras, continuaba armándolo, y esas
letras parecían escritas en varios idiomas, quizás latín, arameo, entre otras.
Unos dibujos de unas criaturas con cuernos aparecieron en los laterales, y en
el centro se formaban figuras que se asemejaban a aquellas que estaban de pie
frente a los ventanales. Las velas en la mesa chispeaban, el calor iba en
aumento, Ariel sintió que alguien ingresó a la habitación, no quiso mirar. Pese
a escuchar aquellos suaves pasos, siguió armando el puzle. Sudaba y temblaba.
Cuando colocó la última pieza, todo fue silencio, un silencio agonizante, un
silencio que provocó espantó, el silencio de un destiempo, los relámpagos
cesaron.
Ariel observó con detención el retrato perfectamente dibujado en el centro del puzzle, era el rostro de un hombre, un rostro extremadamente pálido con facciones perfectamente armonizadas, su cabello era claro, y sus ojos completamente negros, se parecía al rostro de los ángeles dibujados en las catedrales, pero este tenía algo perturbador en su mirada sin brillo, miró el portarretratos de Eugenio Sanders sobre el escritorio, en el cual apareció otra imagen que antes no había visto, un hombre junto a él que tenía el mismo rostro que estaba dibujado en medio del puzle.
- - ¿Qué soy? – preguntó junto a él una voz fuerte pero apacible. Ariel se sobresaltó al ver sentado a su lado a un hombre, aquellos ojos negros y
sin brillo lo observaban detenidamente. Le sonrió.
- ¿Quién soy? Tú me invocaste. ¿Qué deseas? – volvió a preguntar. Ariel lo
miraba aterrado sin poder moverse. Responde… ¿Qué soy? – insistió el hombre
junto a Ariel.
Ariel miró el centro del puzzle, sobre el dibujo del hombre estaba escrita la
palabra “diabolus”.
- ¡El diablo! – exclamó con la voz temblorosa. El hombre sonrió.
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