Gótica Capítulo 2 "El Velo"
II
Y entonces me di
cuenta que nunca más volvería verte, tu iluminabas mis días de soles negros,
mis tardes de tormenta, ahora mis lágrimas caen en el silencio de esta noche
fría, no es que me seduzca el sabor de mis lágrimas, es que en ellas recuerdo
que aún queda un rastro de sentimientos humanos dentro de mi oscuro corazón.
Ahora, todos mis caminos están rodeados de sombras, me siento como una niña
perdida que llora escondida, sólo tú eras la luz que me iluminaba en mi mundo
de oscuridad.
No pude soportarlo
y me dejé llevar por mi lado más oscuro para que mis heridas dejen de sangrar…
Diario de Helena Mendizábal Brand
El Velo
Algo me jalaba hacía el fondo
del lago, no podía ver que era aquello incrustado en mi vestido, no me permitía
salir a la superficie. Después de luchar contra las raíces de las plantas
acuáticas, logré desenredarme. Salí a la superficie, la lluvia caía con
demasiada violencia, no podía salir del lago, mi vestido se estaba convirtiendo
en una trampa mortal, el agua estaba tan fría, parecían cuchillas cada vez que
intentaba nadar. No tenía un buen panorama frente a mí. Cerca de la orilla
logré vislumbrar a Sara, fue casi como ver a una diosa, me lanzó una cuerda,
¡gracias a los dioses logré salir! No sé cómo se dio cuenta que había caído al
agua. Ambas quedamos exhaustas, tendidas de bruces sobre el musgo. Después de
un gran esfuerzo al fin conseguí salir de peligro. Sara me agarró con fuerzas
del brazo, el viento sacudía todos los árboles del bosque. Caminamos hasta el
atrio de su cabaña. Allí me senté, me cubrió con una manta y frotó mis hombros
como para darme calor, pero extrañamente ya no sentía frío.
—
¡Gracias querida Sara! – exclamé y puse mi mano sobre la suya en
agradecimiento, no dijo nada, su cabello rubio y enredado chorreaba agua.
—
Siento mucho no venir a verte más seguido, sin ti hubiera muerto esta
noche – seguía sin hablarme, se notaba preocupada.
—
Háblame Sara, ¿qué sucede contigo?
—
Debes irte, no puedo hacer nada más por ti, lo siento mucho – susurró
con tristeza. La tormenta cesó inexplicablemente, casi como si hubiera quedado
suspendida en el aire.
—
¿Qué sucede? – pregunté confundida al ver como la lluvia había acabado
tan repentinamente.
—
Debes irte Helena, por allí, ve por ese sendero arbolado, sólo síguelo y
sabrás – replicó con preocupación, abrió la puerta e ingresó a su cabaña
dejándome sola.
Dejé la manta sobre la rustica silla y bajé
los dos peldaños, miré hacia el cielo, se veía ya sin nubes e iluminado, como
si fuera un ocaso ¿qué estaba sucediendo? ¿Por qué Sara me dijo que tomara ese
sendero? Y lo más extraño de todo era que ya mi vestimenta estaba seca. Jamás
antes lo había visto, conocía muy bien el bosque. A medida que avanzaba, me
sentía como en un ensueño. A mi alrededor sólo había un frondoso follaje,
árboles y demasiado silencio, un silencio perturbador, casi podía escuchar mi
respiración y los latidos mi inquieto corazón. El suelo era cómodo, cubierto
por espesa capa de hojas muertas, de repente el chillido de unos cuervos me
sobresaltó, y ahora podía escucharse de tanto en tanto sonidos nocturnos, sapillos,
lechuzas, grillos, cuervos. Había caminado bastante, y pase del más absoluto
silencio a estar en medio de una gran cantidad de sonidos, el aire se tornó
denso y a los lejos frente a mí, me asombró gratamente encontrar mi morada,
aunque se veía inhóspita, lúgubre, gris y desolada. Fue cuando escuché aquella
detestable voz masculina susurrar mi nombre, “- Helena”. Sentí escalofríos,
apareció de improvisto. Giré y allí lo vi. Una sombra que se escabullía entre
los árboles, se burlaba de mí, podía oír su risa burlona, se paseaba de un lado
a otro, hasta que lo tuve frente a mí. Todo a mi alrededor se volvió más
funesto, como si perdiera vida y color.
—
Ya basta – grité, parecía que el bosque me devolvió mi gritó en un eco
agonizante –. Percibo que tus intenciones no son buenas, enséñame tu rostro,
deja ya de ocultarte – estaba erguido frente a mí, su parca no me permitía ver
su rostro.
—
Una lástima que no me reconozcas... Tantos cuentos te he inspirado,
tanto leíste sobre mí, hasta me buscaste fervientemente hace años – el tono de su voz era apacible pero
aterrador.
—
Sé que más de una vez te presentaste como una lúgubre sombra en mi casa
para presagiarme algo que aun no comprendo, deja de dar vueltas y dime que
sucede y quién eres – dije desafiante, aunque sentía miedo.
—
Soy aquel que lleva las almas, el mensajero, el guardián – susurró, dio
unos pasos hacia mí, su presencia era nefasta, pero a su vez cálida –. Tanto alabas a la oscuridad, que la oscuridad vino
a ti… ¿No crees que soy real? Puedo darte una prueba si lo deseas – me dijo
desafiándome.
—
¿Eres la muerte? – pregunté
asustada. Una bandada de cuervos voló sobre nosotros.
—
¡Sí! Soy la muerte querida niña. Recuerdas la primera
vez que nos vimos y no hablo de la noche en que cortaste tus venas… Tu padre,
el señor Gonzalo Mendizábal, ¿jamás te habló de mí?
—
¡Jamás! ¿realmente eres la parca? Estoy seguramente es una pesadilla.
—
Detesto que me llamen así, visto una parca, no soy un atuendo mi
estimada, soy un guardián, un ángel de la muerte.
—
Déjame ver tu rostro – le supliqué.
—
Quizás prefieras ver uno de mis aspectos favoritos en tu vida – dijo y
al descubrirse, era aquel hombre que me crucé en la calle, el hombre que me
dijo que mi padre tenía una deuda con él.
—
¿Qué quiere de mí? ¿Usted está intentado conseguir dinero? no entiendo,
me siento confundida –
apreté mis manos con nerviosismo.
—
¿Dinero? Mira a tu alrededor, aquí el dinero no sirve de nada.
—
¿Aquí? Estamos en el bosque y aquella es mi casa, todo luce extraño,
digo algo diferente, pero es así.
—
No querida, has cruzado el velo, aunque en realidad estamos entre ambos
mundos, debes permitirte ver lo que tu mente niega, déjate llevar y verás en
donde realmente te encuentras ahora.
Cerré mis ojos y respiré profundo, al
abrirlos me pareció ver unas sombras con figuras humanas caminando junto a mí,
me aterré, porque logré escuchar susurros escalofriantes, como si fueran almas
penando.
—
Esto no puede estar sucediéndome, estoy en un sueño – dije atormentada y cubrí mis ojos para no verlos.
—
Tranquila, sólo debes darte tiempo para aceptarlo, aunque el tiempo aquí
es un tanto diferente, es un tiempo sin tiempo, digamos quizás destiempo que…
—
Ya cállate –
proferí interrumpiéndolo.
—
Tranquila pequeña alma mía.
—
Si realmente eres la muerte responde mi pregunta ¿cómo murió mi padre?
no consigo recordarlo.
Entonces él tocó mí frente con su
dedo índice, de repente todo fue oscuridad y el silencio me sofocó el alma,
pude sentir mi sombra retorcerse, grité, mi grito se volvió sobre sí mismo.
Abrí los ojos y me sentí estar dentro de mis recuerdos, como si me hubiesen
metido en mí inconsciente, podía ver como en un sueño. Era mi cumpleaños número
diez, mi madre me pidió que le avisara a mi padre que estaba lista la cena. Caminé
por la casa y subí las escaleras buscando su estudio, se la pasaba durante días
sin salir de allí, pero hoy lo haría ya que debíamos festejar en familia, todos
juntos. Abrí rápidamente la puerta, él escribía, estaba delgado y encorvado, me
miró como si no me conociera, dejó caer su pluma sobre el escritorio, extrajo
de su cajón una vieja pistola, me sonrió, me apuntó y bajó el arma, no pudo
dispararme.
—
Ya no puedo seguir obedeciéndolo... perdóname hija quiero ser libre –
dijo mi padre y se dio un tiro en la cabeza.
Grité con todas mis fuerzas, junto a la ventana hallé a un hombre
vestido de negro –. Ahora sigues tu niña, es tu maldición... Cuando sea
tiempo nos volveremos a ver – dijo
apuntándome con su guadaña.
Volví en mí, no recordaba la muerte de mi padre tan claramente, asustada
salté para incorporarme.
—
¡Sí! Te recuerdo, asesinaste a mi padre y ahora quieres a mi madre –
grité.
—
Te equivocas, no quiero a tu madre, te quiero a ti. No asesiné a nadie, tu padre era un frustrado
escritor que pactó conmigo, yo le daría el don de la escritura a cambio su alma
sería a mía, no de otro reino, era mía.
—
¿Qué pacto? No comprendo cómo alguien puede pactar con la muerte, eso
del pacto no cosa del diablo, de todos modos, podrías llevarte su alma – dije burlándome.
—
Quizás has leído demasiadas novelas, esto no se trata de una obra de
Goethe. Sólo guio en el paso al más allá, no me pertenecen las almas.
—
¿Qué pactó mi padre? Dime y terminemos con esto.
—
Tu padre me conoció una tarde de estío, era un terrible escritor, le di
el don de la escritura, le daría fama a cambio de su alma, debía escribir para
mí en mi reino, pero el infausto se suicidó antes de que llegara su hora.
—
¿Y por qué me quieres a mí? O ¿qué es lo quieres de mí? – le pregunté
aturdida.
—
Que escribas para mí, alguien debe pagar la deuda de tu padre.
—
¡Jamás! Romperé todos mis escritos – musité sollozante.
—
Entonces voy a tener que llevarme a tu madre ahora, y a tu hermana como
pago de la deuda que dejó tu padre... el rompió nuestro pacto, el hijo que
tendrá tu hermana, será quien escriba para mí, será el próximo en heredar el
don que le obsequié a tu padre, tu hermana morirá en el parto, alguien tarde o
temprano pagará, no se juega conmigo… ¡Ah...me olvidaba! Tu esposo, podría
despertar ahora caer por las escaleras, romperse su frágil cuello, o mientras
duerme le daré la bendición de la muerte súbita, es mi favorita, y a ti te
dejaré vivir para que sufras.
—
¡No! No me hagas esto – dije rendida a sus pies.
—
No creas que eres la única, sólo acepta tu destino, si así lo haces no
sentirás dolor alguno, al principio será difícil no voy a negarlo, poco a poco
tus recuerdos se irán desvaneciendo esa es la mejor parte, ya nada te atará a
tu vida humana– dijo la muerte su sonrisa dejaba ver unos dientes
parejos y perfectos.
—
¿Qué será de mí? –
pregunté musitando – ¿Moriré?
—
No me culpes, tu padre te dejó esta maldición, no debió suicidarse...yo
le advertí que, si no cumplía con el pacto, su primogénita heredaría una
maldición, al parecer no le importo demasiado dejarte maldita – dijo la muerte molestándose.
—
¿Qué maldición? – pregunté estaba confundida y aturdida.
—
Así funciona mi hermosa Helena Mendizábal Brand, para que pueda llevarme
almas, no soy una muerte común, sólo me llevo almas pecadoras, almas que cometieron
los peores errores, tu padre sabía que al morir pasaría una eternidad en mi
reino escribiendo, digamos que su alma era mía, ya no le pertenecía, la cambio
por fama en el mundo humano – la muerte se
encendió cigarro, exhaló el humo –. Debes pagar
por él, debes elegir ahora si me das tu vida a cambio de la vida de tus seres
amados –
comenzó a dar vueltas a mi alrededor, por momentos lo veía como el hombre
elegantemente vestido y por otros como la muerte, que se ocultaba bajo su
ropaje –. Naciste para
servirme en mi reino estimada Helena– dijo la muerte, detuvo su marcha y corrió su capucha, su rostro era
armonioso y extremadamente pálido, sus ojos parecían de hielo, eran
trasparentes y sus pupilar eran grandes, por unos segundos sólo nos miramos a los ojos, y supe que esto no era
una pesadilla, era real.
—
Vas a encerrarte en tu casa, pero estarás sola, recuerda que te
encuentras en otro plano, una vez que termines de caminar este sendero habrás
traspasado el velo que divide los mundos – señaló mi morada con sus macilentas y delgadas manos –.
Tus seres amados tendrán una vida hermosa te lo
prometo... Eso si no me fallas, tu sobrino no heredará tu don, en cambio, en tu
claustro escribirás las historias que vengan a tu mente, sabrás que escribir,
esta vez no puedo dejar que vivas tu vida mortal, a tu padre le di esa
oportunidad y me falló. Debo hacerte cruzar el umbral de la noche ¡lo siento!, para
que no intentes suicidarte, es tu vida o la de tus amados ¡decide! quédate
tranquila que no te darás cuenta, será como un abrir y cerrar de ojos, y ya
estarás en mi reino –
exclamó con una voz firme pero serena.
—
Lo haré, terminaré de andar por este nefato sendero y cruzaré, aceptó –
dije decidida.
—
Mi hermosa dama tu alma me pertenece, nos volveremos a ver, es algo que
debes hacer sola, no puedo acompañarte, siempre voy a estar entre las sombras – dijo y desapareció.
Sellamos el pacto, le quitará la
maldición a mi familia, ya nadie deberá pagar con su alma, por el terrible
error que cometió mi padre. Acepté mi destino para terminar con la deuda de mi
padre y salvar a mi amor de la muerte.
Acomodé mi largo cabello en una cola, observé
todo a mi alrededor. Comprendí porque mi padre se suicidó, él intentó
asesinarme para que no recibiera la maldición, me apuntó con su pistola, pero
no pudo jalar del gatillo, estaba demasiado confundida y aturdida, mis
pensamientos no cesaban, ¿qué sería de mi amado Abel? ¡Oh dulce esposo mío!
¡Cuánto sufrirás mi partida! Pensé en mi caída, quizás el lago terminó por
quitarme la vida, pero no lo sé, porque sentía mi cuerpo, sentía cada latido de
mi corazón. Me armé de valor a pesar de mi confusión y seguí caminando, el
bosque se percibía distinto, la luz de la luna alumbraba mi camino. Acepté mi
destino a medida que avanzaba, frente a mí un débil brillo violáceo inundó mi
alma y con esto recibí consuelo. El camino se encontraba cubierto de musgo como
si nadie caminara por ahí. Una vez que llegué mi casa, ingresé y cerré la
pesada puerta.
No te olvides de dejarme tu comentario, seguir este blog y de compartir el primer capítulo de Gótica, para que otras personas también puedan leerlo.
¡Gracias!
Continua Leyendo el Capítulo 3 "Las Tierras de las Sombras"
se va poniendo genial la historia quiero leer más
ResponderBorrarGracias por tu comentario Daniela. Saludos.
Borrar