Relato "Infierno" de José Luis Romero Campillos

                           



Bienvenidos a mi blog queridas criaturas de la noche. En esta entrada, les comparto un relato escrito en dos partes, de un autor español. No quiero adelantar lo que leerán, es un texto que nos invita a replantearnos la existencia del cielo y el infierno, de Dios y el Diablo y nuestras propias acciones.

¿No existe un único infierno? ¿cada persona tiene su propio y particular infierno?

El infierno... ese monstruoso concepto religioso, perverso, intimidatorio... había oído hablar tanto de él...

Los invito adentrarse en este relato y conocer las respuestas.

 

Infierno

José Luis Romero Campillos

 

Infierno...

 

Había oído hablar de ese maldito lugar en tantas ocasiones...

Sí, el infierno... ese oscuro y pútrido dominio custodiado por el temible Cerbero y regentado por el dios Hades... el ardiente rincón de los espíritus condenados al destierro... la última morada de las almas mancilladas por la distracción de la carne o del pensamiento...

Ese pavoroso y extraño lugar, aterrador, fantasmagórico, terrible en su infinitud, donde las llamas eternas lamen sin piedad, por los siglos de los siglos, nuestras ánimas impuras, supurantes, restallantes, bajo el influjo del ácido hedor de la perversidad... ese abismo vertiginoso, infinito, sobrecogedor, en el que todas nuestras perniciosas acciones –sin reservas, sin ninguna excepción-, reciben finalmente un castigo ejemplar, atroz, insoportable... un insondable espacio en el que nuestros espíritus corrompidos sufrirán,

en una larga noche sin sueños, la más inhumana de las torturas, sin límite... sin final...

Sí... había oído hablar del infierno en numerosas ocasiones.

Había oído hablar de él en la escuela, en los días grises en que el rocío impregnaba triste los cristales. Asomaba siempre arrogante entre los intersticios de las palabras con las que la anciana, austera señora Jane –perpetuamente teñidos sus rancios ropajes con el nocturno color de la muerte, con el apagado matiz del carbón aún humeante-, lograba, ominosa en su lúgubre envoltura, atemorizarnos durante las largas y gélidas tardes otoñales de nuestra infancia, colmando nuestras impresionables mentes con apocalípticas imágenes de horror y destrucción.

El maldito infierno...

También, cómo no, había escuchado hablar de ese hórrido lugar, trémula y aterrada,

mes tras mes, año tras año, en los sermones de los domingos por la mañana, cuando el iracundo predicador, imbuido de una demencial expresión esculpida en sus desorbitados ojos y con voz atronadora, terrible y acusadora (como si de los espeluznantes graznidos de un desafiante cuervo espectral surgido de las densas brumas del reino de la noche se tratase...), intentaba sacar los colores a los feligreses apelando a la desmedida ira divina en respuesta a nuestros sucios y desvergonzados pecados...

Y, por supuesto, lo había oído nombrar, convertido en implacable amenaza, en nuestro hogar, en aquellas ocasiones en las que John (mi hermano pequeño), o yo misma, llevábamos a cabo alguna acción que no encajaba dentro de los estrictos parámetros de la intransigente moral protestante de nuestros mayores.

El infierno... ese monstruoso concepto religioso, perverso, intimidatorio... había oído hablar tanto de él... mas nunca pensé que algo tan espantoso pudiera llegar a existir en realidad...

Ahora comprendo lo equivocada que había llegado a estar...

 

.......................................

Dios...

No, otra vez no.… por favor...

No...

Es más de lo que puedo soportar...

Su llanto desesperado, perdido en los confines de estos muros laberínticos, arcanos, impenetrables, me desgarra... llega a mis oídos debilitado, tamizado bajo un espeso manto de neblina, como un leve rastro de inquietantes ecos preñados de agonía...

Mi pequeña... no llores más... todo está bien... mamá ya está en camino...

Agitada, intento correr en dirección al ala de la casa en la que parecen retumbar los gritos, los agrios sollozos de mi criatura. La premura me hace descuidar el candil en la despensa, lugar en que me hallo en el momento en que llegan hasta mí los aterradores gritos desesperados de mi indefenso ángel. El tibio resplandor de la luna llena se filtra a través de los sucios ventanales cubiertos de telarañas dispersos a lo largo de las desconchadas paredes del pasillo, creando a mi paso un hipnótico juego de sombras chinescas. Ninguna otra fuente de luz se halla encendida en esta zona del viejo edificio que, con tanta precisión, he llegado a conocer con el paso del tiempo. Mis movimientos son exasperadamente lentos, tenues, fluyen lánguidos, ralentizados, para mi infinita desesperación. Debo llegar cuanto antes... debo hacerlo esta vez...

 

Mi niña...

Mi corazón sufre un vuelco... comienzo a vislumbrar un ténebre resplandor anaranjado al fondo, al final del interminable corredor, en la habitación contigua al dormitorio de mi pequeña. El crepitar de las llamas lamiendo la estructura de madera de techos y paredes allá a lo lejos llega de pronto hasta mis oídos, confiriendo al llanto unas connotaciones mucho más aterradoras. Ignoro las causas del aterrador incendio...

Me aproximo al final del pasillo, como inmersa en una hórrida pesadilla, la rigidez se ha apoderado de mis débiles músculos, las enaguas dificultan mis movimientos...

Grito desesperadamente... necesito llegar a tiempo esta vez... debo salvar a mi niña esta vez... no puedo permitir que vuelva a pasar por eso una vez más. No puedo aguantar tanta angustia, siento mi alma fragmentarse en mil pedazos; una neblina grisácea, asfixiante, se va apoderando lentamente de los rincones, me falta la respiración.

Las llamas se apoderan del aire, justo por delante de mí. Comienzan a desprenderse pequeños fragmentos del techo aquí y allá. Ya casi puedo tocar la puerta del dormitorio. Tosiendo compulsivamente y con los ojos anegados en lágrimas a consecuencia del humo, alcanzo a ver con dificultad, a la luz de las llamas, la pequeña cama al otro lado del umbral. Mi niña está ahí dentro, su llanto se mezcla con la tos, agita los brazos... aún está viva... todavía puedo salvarla... tengo que intentarlo una vez más...De pronto vuelvo a oír el estremecedor crujido en el techo, ahí, encima de mí...

Siempre lo oigo, una y otra vez. Tiendo las manos hacia mi niña. Se encuentra tan cerca... ella me intuye ahí. Acerca sus manos a las mías. Instintivamente miro hacia arriba, y, aunque el humo no me. permite apenas distinguir lo que está ocurriendo, ya sé lo que va a suceder... implorante, cierro mis ojos. Parte de la voluminosa viga de madera se desprende entonces e impacta brutalmente sobre mi frágil cráneo, robando a un tiempo mi consciencia y los latidos de mi corazón.

Y ya no hay más.

Hasta que vuelve a suceder...

De algún inconcebible modo soy consciente de que he fracasado otra vez. El dolor resulta insoportable.

Siempre es así...

Condenada a revivir, una y otra vez, esta tormentosa experiencia, este horrible final.

Y, a pesar de que cada vez parece la última, sé que volverá a suceder. Hace ya un tiempo comprendí que, una vez abandonamos el mundo, estamos condenados a repetir una y otra vez, sin descanso, sin remisión, aquellas acciones que mayor sufrimiento nos han provocado en vida. Condenados a padecer ese abominable, demencial sufrimiento, todas y cada una de esas ocasiones, como si lo sintiéramos por primera vez, con la misma cruel, desgarradora intensidad. Este es el castigo por nuestros malos actos.

No existe un único infierno; cada persona tiene su propio y particular infierno.

Aun así, a pesar de todo, todavía me pregunto cuáles fueron en realidad mis pecados...

¿dejar que los demás se aprovecharan, desde que era una niña, de mi honestidad y buenas intenciones, de mi ingenuidad, de mi continua preocupación por el bienestar de quienes me rodeaban? ¿atender diligentemente a mis ancianos y desagradecidos padres en sus últimos meses de vida, descuidando buena parte de mi juventud? ¿cuidar sin descanso, hasta el más fúnebre agotamiento, de mi esposo moribundo, afectado por una fatal enfermedad tres años después de nuestro malhadado enlace, aguantando su continuo malhumor y su sarcástico desprecio hasta el final de sus días? ¿quizás hacerme cargo sola, arruinada económicamente, sin servidumbre, sin ayuda alguna, de esta vetusta, tenebrosa mansión heredada? ¿o puede que querer a mi pequeña, mi infortunado ángel, más que a mi propia vida, preocuparme y desvivirme en todo momento por intentar que ella creciera siendo una niña afortunada y feliz...?

Sí, imagino que estos han sido mis pecados y éste es, por los siglos de los siglos, mi personal y particular infierno.

 


José Luis Romero Campillos; Nacido en Valencia (España), 1970.

Licenciado en Psicología. Fascinado desde la juventud por la literatura; especialmente por los clásicos, la literatura hispanoamericana y aquella que se enmarca dentro de los géneros gótico y de terror (Poe, Lovecraft...),.ha volcado sus inquietudes literarias en un libro de relatos (Fantasmagoría; Relatos del lado oscuro), autoeditada en Bubok y posteriormente publicada en la desaparecida editorial  Valenta Autores, y una novela corta, previamente autoeditada (Lágrimas de una eternidad carmesí), publicada más tarde por Ediciones Alféizar. Algunos de sus relatos y microrrelatos han sido dramatizados en los programas radiofónicos Proyecto Terror (España) y Ciudad de Sombras (Ecuador) o publicados en las revistas digitales Vuelo de cuervos (España), y Cenizas de Rosas (Ecuador).

El relato “Infierno” pertenecen al libro en vías de edición, Tempus Fugit.

 

Blog: La soledad del vampiro.blogspot.com (en él se pueden leer algunos fragmentos de mis textos y se pueden encontrar enlaces a reseñas y páginas donde adquirir los libros, aunque estos también se pueden adquirir a través de Amazon).:

https://lasoledaddelvampiro.blogspot.com/

Comentarios

  1. Muchísimas gracias, Lucila; un honor compartir espacio con los relatos salidos de tu pluma en tu blog.
    Comentar que me he dado cuenta de que en una de las frases, aquella que habla de la anciana maestra (Miss Jane), falta una palabra. Debería decir: "(...) perpetuamente teñidos sus rancios ropajes CON el nocturno color de la muerte (...)".
    Saludos.

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