Relato de Terror "El Orfanato de Madame Caignard" Zadkiel Castro

 



¡Queridas criaturas de la Noche! Hoy les traigo: Relato de Terror "El Orfanato de Madame Caignard" Zadkiel Castro. El orfanato de madame Caignard, me recordó a los clásicos cuentos victorianos, una mansión fantasmagórica en ruinas, niños huérfanos a su suerte, un empleado que comienza su trabajo y se ve envuelto en un terrible misterio que contiene las paredes de dicho orfanato. Zadkiel Castro, nos lleva en su relato corto de terror, a dar un paseo por los viejos cuentos de criaturas extrañas, que no sabemos si pertenecen a este mundo o al mundo de las pesadillas, haciendo una mezcla entre los cuentos clásicos victorianos y el terror moderno, con influencias del terror victoriano clásico y los cuentos de Lovecraft. Una historia perfecta para leer en una noche de Halloween. A mí siempre me cautivaron las historias de mansiones abandonadas, encantadas o llenas de fantasmas y demás seres macabros, las historias de viajes en carretas o automóviles viejos en bosques sombríos y desolados, de castillos en acantilados, de bellas mujeres sepulcrales, de oscuras historias familiares. Un género clásico y escalofriante. Y cuando nos enteramos que este relato fue escrito por un joven adolescente de dieciséis años nos sorprende aún más. Canal de Reitan The Killer: https://www.youtube.com/channel/UCcv3BD_KypCnu8PEaW_fZSQ




El Orfanato de Madame Caignard

 La Casa Madame Caignard acogía a todos los niños necesitados del pueblo, por aquel entonces yo trabajaba como jefe de enfermeros, directamente al mando de Lauren Caignard, una mujer que, según los rumores, era tan antigua como el mismo orfanato que llevaba, fundado en el 1846. Veo eso perfectamente posible después de lo que vi.

 Me estaba preparando para dormir cuando oí las ventanas de un salón del primer piso siendo azotadas por el viento. Había olvidado cerrar las ventanas, por lo que me vestí y me dispuse a cumplir mis funciones. Con un candil en mano, bajé al primer piso y cerré los pasadores de las ventanas. Cuando finalmente volvía para descansar, escuché una melodía. Sonaba como una caja de música, me recordaba al lago de los cisnes.
 Atravesé los oscuros pasillos al amparo de mi fiel lámpara de aceite, al girar en la bifurcación, vi una fila de niños siguiendo la música. Inmediatamente les llamé la atención, pero no hicieron caso, continuaron caminando en fila, con movimientos extrañamente sincronizados. Los seguí, pues el asunto se me hacía harto extraño.
 Al girar donde los niños lo habían hecho, debía encontrarme con las escaleras, pero en su lugar, ahora había un túnel que atravesaba la pared, el papel de pared se desgarraba y dejaba ver los ladrillos cada vez más derruidos, hasta que se fusionaban con la tierra del túnel. Las alfombras se iban destiñendo, la madera se resquebrajaba y pudría mientras más avanzaba en aquel agujero de extensión imposible, a los pocos metros debía de dar inmediatamente con el exterior de la mansión.
 Atravesé el túnel, los niños debían estar al final del mismo, no podía ser de otra forma. Una puerta negra, manufacturada con un material viscoso, caliente al tacto, se hallaba en el otro extremo de esta especie de caverna. La estructura del lugar al que había accedido me recordaba a una mazmorra, o a una cámara de tortura subterránea, incluso diría que a una cripta.
 La estructura de esta “cámara” era cilíndrica e iba bajando como una escalera de caracol, al final, se retomaba la apariencia moderna del edificio del que había llegado, con una puerta de madera donde podía leerse “Matrona Caignard”.

 Abrí la puerta, no había nadie en la oficina de la matrona, pero su presencia inundaba el ambiente, se sentía uno como atrapado. Apagué la lámpara y me escondí en un armario.
 Solo fueron unos breves segundos de espera hasta que Madame Caignard entró en la habitación, los niños hacían un círculo en torno a ella, coreaban como locos en una lengua incomprensible.
 Caignard se sentó en el medio de la habitación, los niños callaron. Apuntó a uno, este se acercó. Tocó la barbilla del joven pelirrojo, el niño sonreía mientras la piel del rostro de Caignard se despegaba, replegándose como un capullo sobre su cabello, la carne expuesta de su rostro comenzó a arremolinarse en un espiral, formando un extraño agujero en el centro de la cara. Comenzó a aspirar muy fuerte, el niño frente a ella comenzó a arrugarse, la piel se le manchaba, el cuerpo se puso huesudo y perdió toda vitalidad. Segundos después, el pelirrojo cayó al suelo con los ojos pálidos, los labios secos y partidos. Este proceso se repitió con cada uno de los once niños.
 Una hinchada Madame Caignard, totalmente amorfa a este punto, se balanceó hasta su escritorio, de él extrajo una botella de limo negro la cual arrojó fieramente contra la pared, destrozándola. A medida que el denso líquido se deslizaba por la pared, un túnel como el que había atravesado se generaba, pero esta vez no era de piedra y tierra como el anterior, era como una ventana a un mundo gaseoso, había grandes ciudadelas blancas e islas que parecían flotar. Unas criaturas de aspecto gomoso, con largos brazos picudos, se acercaron a esta “ventana”, clavaron sus dedos, únicamente descriptibles como inyectores o jeringas, en el hinchado cuerpo de Caignard. Pronto se deshinchó, se la veía mucho más aliviada. Las criaturas guardaron el líquido extraído, y la ventana se cerró con un tremendo estruendo que hizo temblar la habitación entera. Con este estruendo, desaparecieron también los cuerpos moribundos de los críos.

 No sé qué ocurrió esa noche, ¿algún tipo de ritual? ¿Una muestra de la inhumanidad de la matrona? Eso desde luego, pero el suceso me es del todo inexplicable. No tengo pruebas que demuestren la monstruosidad que en Caignard reside. Sea de género demoníaco o algo fuera de mi cristiana percepción, seguirá llevando ese feliz y perfecto orfanato, lo que implica que más niños seguirán muriendo para alimentarla a ella, o a sus benefactores del otro mundo.


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