"Feliz Navidad Pequeña Matilde "Relato de Terror
En esta entrada les traigo: "Feliz Navidad Pequeña Matilde". Relato de Terror.
Matilde es una joven con una vida desafortunada que buscaba empleo,
comienza a trabajar en la casa de una anciana adinerada. Al ver tanta riqueza a
su alrededor se deja llevar por la envidia y la avaricia. La bondadosa Sra.
Sara, conserva un extraño anillo de sus antepasados y Matilde es invadida por
las ansias de tener todo lo de su empleadora, sobre todo aquella extraña y
antigua pieza de joyería ¿Qué será capaz de hacer Matilde por ambición?
Comparto con ustedes unos de mis cuentos de terror de mi libro Cuentos
Sombríos, publicado por primera vez en "Voces 2010" y luego en
Cuentos Sombríos en 2010.
Feliz Navidad Pequeña Matilde
Como cada noche de lluvia, se levantó
corriendo para colocar ollas bajo las goteras de su precario techo de chapa.
Matilde era una mujer de veinte años humilde, el pueblo en el que vivía era muy
pequeño, por ende, el trabajo escaseaba, su padre era alcohólico y su madre se
prostituía por dos pesos. Matilde no conseguía trabajo estable debido a que no
había podido terminar los estudios, deseaba ser enfermera o médica, toda su
corta vida había sido limpiar casas ajenas, soportar las humillaciones de sus
patronas y los acosos de sus empleadores.
Hacía varias semanas que la habían echado de
su último empleo, el hambre que estaba pasando la estaba deprimiendo, ya no le
quedaba nada ahorrado, las últimas monedas se las había gastado en ir a buscar
a su padre que estaba tirado ebrio en las puertas de un bar de mala muerte.
Puso el recipiente sobre el fuego para prepararse un té cuando ingresó su madre
empapada.
–
Esta lluvia espanta los clientes – le dijo sacudiendo su
cabello.
–
¿Tienes algo de dinero? – le preguntó Matilde.
–
¡No! Ya estoy grande para esta vida que llevo, en este pueblo
de mierda los tipos pagan poco. Me dijeron que la señora Sara, la dueña de la
casona vieja, necesita una chica para que la cuide. En una de esas tienes
suerte y te recibe en su casa – le dijo su madre, dando un sorbo al té que su
hija le sirvió.
–
Voy mañana temprano a verla entonces – respondió Matilde
alegre por la noticia.
La casona de la señora Sara, era la más
antigua del pueblo, nada se sabía con exactitud de la anciana, sólo que era
poseedora de una importante fortuna, muy pocos habían tenido oportunidad de
ingresar a su casa, puesto que esta mujer era muy distante con la gente del
pequeño pueblo. Matilde llegó después de mucho caminar hasta las puertas de la
casa, tocó la campana, acomodándose el cabello detrás de las orejas y limpiando
el sudor de su frente por el excesivo calor. Fue la misma anciana quien atendió
su llamado.
–
Adelante señorita. - Le dijo Sara. Matilde ingresó, la casa
era oscura y fría.
–
¡Gracias a Dios que ya me mandaron a alguien que me ayude!
¿Es usted del pueblo? – preguntó la anciana.
–
Sí… – exclamó Matilde en voz muy baja.
–
Hábleme fuerte, tengo noventa y ocho años, con los años uno
pierde la audición – dijo Sara dejando su bastón y sentándose en un sillón –.
Le ofrecería un té, pero como ve, apenas puedo caminar – le dijo mirándola.
–
No se moleste señora, busco empleo, usted necesita a alguien
que la cuide, soy la persona indicada, no tengo esposo ni hijos – dijo Matilde
mirando el enorme anillo de la señora, el mismo era de oro y con un diamante
negro, pensó que seguramente llevar puesto semejante anillo sería difícil por
el tamaño de la piedra. Se quedó hechizada ante aquella lujosa alhaja, como si
el anillo la hubiese llevado a un mundo perfecto, soñado e inalcanzable para
ella, sintió el deseo de arrancarlo de su arrugado dedo, jamás había visto un
diamante, sintió deseos de ser Sara, de tener aquel hermoso anillo. Se sumergió
por unos instantes en la envidia y el odio.
–
Noto que le gusta mí anillo… – dijo Sara.
Matilde miró rápidamente hacia otro
lado, los ojos verdes de la anciana eran amenazantes.
–
No sienta vergüenza, es una joya que viene desde hace muchos
años en mi familia, fue de mi bisabuela, de mi abuela, hasta que al fin la
heredé yo, pero lamentablemente no he tenido hijos a quien heredárselo, la
tengo reservado para alguien especial. Queda usted contratada señorita, deberá
mudarse a mí casa, la necesito las veinticuatro horas – le dijo Sara. Matilde
la besó en la mejilla por agradecimiento.
Con el correr de los meses, Matilde se
convirtió en alguien imprescindible para la anciana, se encargaba de todo, la
bañaba, le daba la comida, las medicinas… La señora Sara llegó a quererla como
a una hija, pero Matilde no la quería ni un poco, sentía odio por aquella
elegante mujer, por tener tanta riqueza, solo pensaba en la manera de quitarle
su preciado anillo. La obsesión con el anillo la estaba comenzando a cegar,
hasta soñaba que lo llevaba puesto, soñaba que la gente del pueblo la llamaba
por el nombre de Sara, y despertaba con ansias de asesinarla, pero se contenía,
tenía que fingir ser buena y comprensiva, debía darle masajes, escuchar sus
largos sermones, complacerla en todo.
Se aproximaban las fiestas de navidad y año
nuevo, era ocho de diciembre cuando Matilde armaba el árbol de navidad. Sara se
acercó con pasos lentos apoyada en su cayado.
–
¡Tengo una buena noticia para darte! Ven aquí, siéntate a mi
lado y dame unos masajes en los pies – le dijo la señora.
Matilde, bajó de la escalera, puesto que
el árbol que decoraba era de más de dos metros de alto. Le quitó las medias
finas a la mujer, y comenzó a masajear esos pies arrugados.
–
Amo la navidad, de niña me asomaba a ver los árboles que
armaban los vecinos, mis padres jamás me dieron un regalo de navidad, menos un
árbol. – dijo Matilde con su mirada triste, de sus ojos marrones cayeron unas
lágrimas, enseguida las quitó de su rostro.
–
No te pongas triste, pequeña Matilde, yo tengo un regalo para
darte, será tu primer regalo de navidad – le dijo Sara.
–
Gracias señora – respondió Matilde.
–
Te cuento; hoy hablé con mi abogado, te dejaré toda mi
fortuna, en especial mí anillo tan preciado, te lo mereces – dijo Sara
sonriéndole.
Matilde no supo cómo reaccionar, se rasco la nuca.
–
Pero… ¿Está usted segura? – le preguntó.
–
¡Sí! No podría ser de otra manera, mi pequeña Matilde. Desde
ahora tendrás todos los regalos de navidad que tanto anhelaste en tu infancia,
por supuesto, ¿quién mejor que mi pequeña Matilde para cuidar de mi anillo?
Igualmente, no me moriré sin pasar la navidad contigo – respondió Sara. Matilde
la abrazó, luego siguió con su labor.
Matilde no logró dormir durante toda la
semana que prosiguió, estuvo durante siete noches pensando en las palabras de
la anciana, para colmo, Sara tenía diarrea, y cada vez que se hacía encima la
llamaba a gritos, debía cambiar sus sabanas y bañarla. Ya no la soportaba más,
debía ser encantadora con ella, se había ganado su confianza, hasta había
retomado sus estudios para ser enfermera sólo por complacerla y cuidar bien de
ella, la mujer llegó a quererla tanto como para dejarle toda su fortuna.
Matilde comenzó a planear la manera de deshacerse de la vieja para así
convertirse en heredera de su fortuna más rápidamente, la ambición la estaba
cegando, había un antes y un después en su vida desde que había ingresado a la
vieja casona, antes era una dulce señorita, humilde y sensible, ahora solo la
ira y la ambición eran parte de su corazón intoxicado por la necesidad absoluta
de tener dinero. Esperó que fuese la hora de la medicina para su enfermedad
intestinal, eran las tres de la madrugada cuando ingresó a la habitación de
Sara. Un viento sacudía las cortinas y movía las ventanas, se aproximaba una
tormenta, la observó dormir, miró con ansias su anillo, dejó caer el remedio
sobre la alfombra, tomó un almohadón de plumas, lo colocó sobre su cara y
comenzó a asfixiarla. La mujer no tuvo la suficiente fuerza como para
defenderse. Cuando ésta se quedó tiesa, ella quitó la almohada de su rostro,
suspiró, y le quitó el anillo. Un relámpago estalló iluminándola mientras se
ponía el anillo en su dedo anular, sonrió macabramente, la tormenta se
escuchaba en la casa vacía. Al fin tenía lo que tanto había deseado desde la
primera vez que ingresó a esa casa, ahora todo sería suyo, nunca más le
faltaría nada. Se sentó a los pies de la cama, observó unos segundos a Sara,
movió su hombro para confirmar que ya estaba muerta.
Los médicos dijeron que murió de un infarto
mientras dormía, fue velada en su casa, nadie más que su abogado asistió al
velorio. Matilde estaba feliz, al fin era la heredera de su fortuna y nadie
sospechaba de su crimen, sus padres intentaron llegar a ella, pero Matilde los
echó como a perros enfermos, había dejado de ser aquella chica de veinte años
humilde y honesta para transformarse en una mujer fría y ambiciosa, su vida
había dado un giro inesperado desde el día que atravesó el umbral de la vieja
casona de Sara.
La noche del viernes 24 de diciembre, un día
después de la muerte de Sara, Matilde estaba recostada en la cama mirando el
anillo en su dedo. El brillo del diamante se reflejaba en sus ojos marrones,
sonreía como orate cuando escuchó el grito de Sara, el que usaba para llamarla
desde su habitación, aquel tono de voz como el chillido de un cerdo. Se
incorporó rápidamente. Caminó lentamente por la casa en penumbras, ingresó a la
habitación de la anciana, pero nada, no había nadie allí, fue entonces cuando
se miró al espejo. Asustada y confundida, se acercó a él, se vio como si fuera
Sara, se tocó el rostro, apretó los ojos, al abrirlos, la imagen desapareció.
Creyó que sería por haber deseado tanto ser como Sara; distinguida, llena de
lujos, mucho dinero y demás cosas materiales. Tomó del escritorio una
fotografía de Sara, la miró por unos instantes.
–
Maldita vieja arpía – dijo y la explotó contra el piso, luego
se oyó el sonido que se produce al pasar las uñas por un vidrio.
Matilde instintivamente miró hacía el
espejo de pie donde Sara solía cepillarse el cabello, comenzó a sentir su
cuerpo muy agotado, sentía una extraña presión en sus manos, se miró asustada,
su piel estaba arrugada. Como pudo llegó ante un espejo, Matilde estaba
consumiéndose rápidamente, le costaba respirar, la agitación en su pecho la
mareó cayó al suelo, se arrastró hasta el espejo, el cabello se le volvió
blanco, el rostro arrugado, se miraba horrorizada ante el espejo como se
convertía en anciana. Logró ver detrás de ella el espíritu de Sara a través del
espejo.
–
¿No deseabas ser como yo?, ¿tener mi anillo?, ¿mis riquezas?
Ahora estas en mi lugar, querida Matilde – dijo el espíritu de Sara desde el
espejo.
–
No, por favor, ¡no quise asesinarla! – dijo Matilde sin dejar
de ver el espejo arrastrándose hacia él.
–
Pero lo hiciste, me hiciste el favor de darme tu cuerpo, ¿o
qué pensabas? ¿Qué te daría todo a cambio de nada? El anillo me da la
oportunidad de ir cambiando de cuerpo cuando el mío ya no me responde.
¡Tranquila! Ya tomaras mi lugar en el infierno, junto a todas las que me han
asesinado por ambición, por traicionarme. Tu alma se consumió por la avaricia,
es hora de tomar tu cuerpo y ser joven y hermosa otra vez – dijo Sara.
Matilde cerró los
ojos, al abrirlos ya eran los ojos verdes de la señora Sara, quien se levantó
del suelo. Acomodó su cabello, respiró hondo, extendió su mano para contemplar
el anillo, único conductor para poder ingresar en cuerpos ajenos. Exclamó al
espejo luciendo joven y hermosa: “¡Feliz Navidad Pequeña Matilde!”.
El espíritu de
Matilde había quedado atrapado del otro lado del espejo, suplicando y viéndose
anciana por culpa del poder del anillo. Sara sonrió macabramente y rompió el
espejo.
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