Cuentos de Zombies: "Eleonora" Cuentos Sombríos LCD
Les comparto un cuento de mi libro Cuentos Sombríos, publicado por primera vez en la antología de editorial de los cuatro vientos "Voces 2010" ganador de medalla de plata en narrativa, y publicado en varias antologías. Pertenece a "Cuentos Sombríos" 2010
Eleonora fue escrito hace 22 años, fue uno de mis primero cuentos. Este cuento corto lo escribí en 2000 y nunca sufrió ningún cambio. Fue inspiración para un personaje de teatro.
Eleonora
Hospital psiquiátrico de la ciudad de Buenos Aires.
Viernes 6 de noviembre de 1934.
El oficial de guardia escuchó los gritos
aterradores de un hombre, levantó el teléfono.
–
Doctor, el paciente aislado grita otra vez – dijo y colgó el
tubo.
El oficial y el médico atravesaron los
amplios pasillos hasta llegar al sector de enfermos incurables, abrieron la
puerta, el hombre gritaba arrodillado junto a la ventana, con las manos
ensangrentadas y la mirada perdida en el patio del fondo. El doctor se acercó
lentamente, puesto que este hombre tenía un trozo de vidrio a un costado.
–
¡Otra vez! ¿De dónde saca los vidrios? – preguntó el doctor.
Él desesperado se abrazó a sus piernas,
lloraba ya casi sin lágrimas.
–
Es ella doctor… Es ella… Lo juro… – repitió llorando; lo
recostaron en la cama.
–
Tranquilícese o voy a tener que sedarlo, no deja dormir al
resto de los pacientes – dijo el médico y cerraron su puerta.
Con
las manos vendadas limpió sus lágrimas, el viento soplaba por entre los vidrios
rotos. El hombre miraba por la ventana hacia el patio del fondo del hospital,
el sonido que producían las ramas secas de los torcidos árboles lo hacían
sobresaltar en la cama. Temblaba, un escalofrío recorrió todo su cuerpo, se
cubrió la cabeza con la sabana, oyó que la ventana se abría lentamente,
produciendo un ruido crudo, después unos pasos que se arrastraban.
–
¡Eleonora déjame en paz! – exclamó.
Luego volvió a gritar, perturbando el descanso
de todos los pacientes.
Primavera de 1931
Era
una tarde cálida, caminaba por las calles de su barrio de regreso a su casa, el
médico le había recomendado que lo hiciera todos los días por la medicación que
tomaba, pero aquella mañana olvidó tomar las pastillas, siempre las dejaba
sobre la mesa de luz. Todos los días salía a caminar hasta la plaza, alimentaba
a las palomas y veía a los niños jugar, después tomaba un té con limón en el
mismo bar de siempre, frente al cementerio donde cada día le dejaba una rosa
blanca a su padre. Se detuvo en una esquina porque le faltó el aire; pensó
felizmente en Francisco, su esposo; por la noche festejarían su aniversario.
Eleonora sufría graves problemas cardíacos desde la niñez, era muy delgada,
tenía la típica palidez de las personas enfermas, y unas ojeras muy marcadas.
Nunca había practicado ningún deporte, por ende, su fragilidad era notable.
Ella y su esposo crearon un mundo de armonía
para cuidar su frágil corazón, con sus treinta y cuatro años era dueña de una
gran fortuna, heredada al morir su padre siendo ella una niña. Su madre se
había vuelto a casar y tenía una hermana menor a quien adoraba, Clara, de
veinticinco años era su mejor amiga. Eleonora deseaba ser madre, estaban
iniciando los trámites para adoptar un bebé, ya que ella no podía tenerlos. Agitada
y temblorosa, llegó a la puerta de su casa, tomó las llaves de la cartera, pero
al notar que la puerta principal estaba entreabierta se le cayeron de las
manos. Se quitó muy despacio los zapatos e ingresó a su hogar, todo estaba
oscuro, por unos segundos se quedó tiesa, reaccionó al escuchar ruidos que
provenían de los cuartos de arriba; caminó dos pasos en dirección a la
escalera, dudó en subir, quizás había un intruso en la casa, un ladrón. Se
asustó al recordar que su marido ya debía haber llegado, y pensó que alguien
podría hacerle daño.
Con
los pies desnudos, subió lentamente los escalones, ayudándose con la baranda.
Su cuerpo no dejaba de temblar, sus ojos verdes bien abiertos no parpadeaban,
al llegar a lo alto se sobresaltó al ver su imagen en el espejo ubicado al
fondo del pasillo. Lo que escuchaba desde abajo eran fuertes gemidos que se
originaban en su cuarto matrimonial. Con la punta de sus dedos empujó la
puerta. Parada bajo el umbral de su puerta, los ojos de Eleonora vieron lo que
jamás hubiese imaginado; Francisco estaba teniendo relaciones sexuales con su
hermana menor. Clara sonrió al verla, prosiguieron como si no los hubiera
descubierto. Eleonora cayó de rodillas al suelo, cubrió sus oídos.
–
Yo puedo darle hijos – dijo Clara.
Los
gritos y los golpes de la cama contra la pared desesperaron a Eleonora, lloraba
en el piso, destruida, comenzó a arrastrarse, intentando llegar a la mesa de
luz donde yacían sus píldoras para el corazón, en ellas encontraba las ansias
de tener un poco más de vida junto a su esposo. Lo que veía y oía estaba
matándola, cuando sus blancas y flacas manos llegaron al frasco, Clara se lo
quitó.
–
¡Muérete de una vez! – exclamó furiosa.
Eleonora, boca arriba, vio sus rostros girar
en su cabeza, se reían de ella, quien presionaba su pecho con ambas manos.
–
Ayuden… Ayúdenme… – suplicó Eleonora.
–
Lo siento, cariño, pero es mejor así, debes morir – dijo
Francisco.
–
Tu padre rico debe haberte comprado un lindo paraíso. ¡No me
mires así!, sólo eres mi media hermana – dijo Clara.
Eleonora comenzó a arrastrarse por el suelo de
nuevo lentamente hacia la puerta del baño, pensando en que en el botiquín
estaban sus píldoras. La risa de Clara se escuchaba como ecos, se dio vuelta,
ellos se acercaron para observarla. Eleonora expiró.
–
Esperemos un poco antes de llamar a la ambulancia – fue lo último que escuchó.
La velaron esa misma noche, su cuerpo
delgado en el féretro se asemejaba a una muñeca de porcelana. Su madre no se
movió de su lado durante toda la noche, acariciaba su negro cabello; estuvo ahí
cuando Francisco se acercó llorando con un aparente hondo dolor, y dejó sobre
sus frías y duras manos, una cadena con un dije en forma de corazón que llevaba
grabada la leyenda: “Eleonora y Francisco
por siempre”, había sido el último regalo de cumpleaños, después besó sus
rígidos labios. Antes que cerraran el cajón, su madre besó la frente de
Eleonora, dejando caer lágrimas sobre el rostro de su hija.
–
¡Mi niña! Mi hija… Si
alguien causó tu muerte… ¡Eleonora, vuelve a vengarte! – exclamó a aquel oído
muerto.
Dos
semanas después del entierro la lluvia no cesaba ni por un instante, Francisco
y Clara se encontraban a escondidas, la idea era cobrar una parte de la
herencia de Eleonora y fugarse juntos. Se hallaban en la cama matrimonial,
aquella que semanas atrás había confortado a Eleonora.
–
Sólo nos queda matar a mi madre, creerán que se suicidó,
muchas madres se ahorcan después de la muerte de algún hijo… Eleonora era su
hija favorita – dijo Clara.
–
¿Estás segura de eso?
Ella es tu madre – preguntó Francisco.
–
¡Sí! La quiero muerta y
enterrada como a mi hermana Eleonora – respondió Clara.
–
Entonces brindemos por
eso… Brindemos porque salió todo bien, por la herencia de tu hermana, mi
difunta esposa – dijo Francisco.
–
Sí, porque la maldita
murió al fin… – contestó Clara felizmente.
Justo en el preciso instante en que las copas
chocaron, el cuerpo enterrado de Eleonora cobró vida. En ese preciso instante
los ojos se abrieron a la venganza, como si el sonido del cristal la hubiese resucitado.
El odio, el dolor, el deseo absoluto de venganza, el amor por su madre, fueron
motivos suficientes para que Eleonora regresara de la muerte, sedienta de
venganza, anhelando su carne caliente. Desesperada, rasguñó el cajón, salió de
su tumba, recostada en el barro. La confusión mental la aturdió, con las uñas
abrió sus labios, estaban pegados y cocidos, se arrodilló para leer su lápida: “Amada esposa. Eleonora, jamás morirás para
mí. 1903-
Caminó el mismo recorrido que hacía todas las
tardes hasta llegar a su hogar, las calles estaban vacías, observó un instante
la plaza vacía, el viento mecía tenuemente las hamacas. Siguió su camino,
atravesó el portal de su casa, se detuvo de manera melancólica en sus jazmines,
cerró los ojos, veía imágenes de su vida y de su muerte, su casamiento con
Francisco en una tarde soleada, oía sus risas casi adolescentes de aquel día,
recuerdos vagos se entrelazaban con el rostro de Clara riéndose de ella. En la
puerta principal tomó la llave que escondían bajo la maceta, recordó cuando su
esposo la recibía alzándola y besándola dulcemente. Ingresó, todo estaba en
penumbras, caminó a la escalera donde había ropa de Clara, los relámpagos la
iluminaban mientras subía los escalones con pasos firmes dejando huellas de
barro, se reflejó en el espejo del fondo del pasillo, se observó con añoranza,
vio como había sido en vida y como estaba ahora. Empujó la puerta e ingresó al cuarto
matrimonial.
Los
miraba parada bajo el umbral de la puerta, los amantes se sobresaltaron,
estaban recostados en la cama semidesnudos.
–
¡Fue su idea Eleonora! ¡Fue él! ¡Y va a matar a nuestra
madre! – gritó Clara al verla.
Francisco la empujó, Clara golpeó su
cabeza en la mesa de luz. Eleonora se acercó a ella lentamente, se inclinó,
ambas se miraron a los ojos por unos segundos. Eleonora enterró su mano en el
pecho de Clara, arrancó salvajemente su corazón, Francisco se quedó mudo,
mirando como su difunta esposa colocaba la cadena en el cuello de su amante,
aquella que le había regalado en su cumpleaños, la que dejó en sus manos cuando
estaban velándola. “Eleonora y Francisco
por siempre” llevaba grabado. Se acercó a él balbuceando palabras que él no
comprendía, sólo temblaba como una hoja, entonces Eleonora escribió con el
barro de su vestido en el espejo:
“Eleonora jamás morirá para ti”. Extendió
sus manos ensangrentadas para entregarle el corazón de su hermana, le hizo un
gesto para que lo tomara. Francisco tomó el corazón de Clara, Eleonora lo miró
por largos minutos, luego se marchó.
Madrugada, viernes 6 de noviembre de 1934.
El
oficial y el médico volvieron a ingresar al cuarto de aislamiento, Francisco
gritaba en un rincón con un trozo de vidrio en sus manos recién vendadas, se lo
quitaron, tenía el pecho cortado.
–
¡Otra vez escribiendo las paredes! Déjela descansar en paz,
hombre – dijo el médico inyectándole un tranquilizante.
–
No… Es ella doctor… ¡No estoy loco! – dijo Francisco. Lo
cubrieron con una sábana y salieron cerrando con llave.
Francisco miró como las letras en la pared
chorreaban sangre, decían “Eleonora jamás
morirá para ti”. Suspiró, sus ojos comenzaban a cerrarse por la droga, lo
último que vio fue a su esposa ingresando lentamente por la ventana. Eleonora
lo visitó cada noche hasta el día de su muerte, cada vez más putrefacta.
Personaje inspirado en el Cuento Eleonora
"El teatro del silencio y de la Oscuridad"
Eleonora fue otra victima del amor; su cansado corazón dejo de latir al descubrir a su amado esposo siéndole infiel con su propia hermana, dos semanas después de su muerte la mujer despertó en su tumba sedienta de venganza añorando su carne caliente, solo la ira la dominaba, su cuerpo resucito pero su corazón no latía, entonces Eleonora cobro venganza asesinando a su hermana arrancándole el corazón frente a su esposo el cual lo devoró, fue entonces que Eleonora descubrió que solo comiendo corazones infieles, lograba hacer latir el suyo durante 5 segundos luego su corazón volvía a morir lentamente, todas las noches Eleonora visitaba a su esposo, susurrándole que le devolviera su corazón quebrado por amor, lo torturo noche tras noche desde 1936 hasta que el al fin murió, cuenta la leyenda que el cuerpo de Eleonora aún camina entre nosotros, sintiendo su corazón quebrado por amor, y buscando la manera de hacerlo latir en su pecho, Eleonora puede detectar aquellos corazones que fueron infieles o traicioneros, todas las noches sale de su tumba sedienta y hambrienta camina hasta que salen los primeros rayos de sol, y cuando encuentra un corazón infiel entonces lo arranca salvajemente de su pecho, con sus propias manos y lo devora para calmar su sed de venganza y para poder sentir su corazón volver a latir durante 5 segundos.
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