2 Escalofriantes Cuentos Cortos de Terror
La Sonrisa
Abrí los ojos cerca de las 3 de la tarde, “el insomnio estaba haciendo
estragos en mí”, pensé mientras me quedaba recostada boca arriba. ¿Para qué voy
a levantarme? Mejor sigo durmiendo. Los relámpagos comenzaron a estallar en el
cielo, me senté y miré hacia afuera, era un día gris, el cielo plomizo
inspiraba tristeza. Estaba sola en la habitación, sentada en una esquina de la
cama apoyada contra la pared, estaba llena de preocupaciones. Un día
simplemente, de la nada, desperté sin ninguna inspiración, sentía el alma vacía, todo aquello que antes
me ilusionaba se volvió indiferente para mí.
Pensaba en que tenía muchos compromisos
aun, cientos de cuentos por escribir, pero nada que
me diera una razón para escribir. Después de intentarlo muchas veces, había
dejado el piso lleno de hojas arrugadas.
Sumida en una gran pena, decidí que era
hora de partir. Si no hubiera estado por llover hubiera ido a saltar del puente
para liberarme de estos sentimientos, pensé en volarme la cabeza, todavía
guardaba la escopeta de mi abuelo. Revisé todos los cajones, pero no encontré
ni una sola bala. La idea de colgarme de una soga no me gustaba nada, y realmente
me impresiona mucho la sangre como para cortarme las venas. Tomar pastillas y
morir ahogada en mi propio vomito no, sería una muerte espantosa y dolorosa,
preferí salir a comprar balas. Cuando llegué a la tienda me di cuenta de que
estaba cerrada. Casi me largo a llorar de bronca, ni siquiera era capaz de
suicidarme, entonces decidí caminar hasta el puente, estaba cerca de la plaza,
iba a lanzarme al lago, simplemente iba a saltar. Para darle dramatismo a todo
este asunto de mi muerte y buscar una mínima oportunidad para salvarme, decidí
que si alguna persona me sonreía en el camino, una sonrisa de verdad, daría
marcha atrás y no saltaría del puente, sólo quería una sonrisa para comprobarme
a mí misma que no toda la gente era mala, me bastaba una sonrisa entre la
multitud de aquella calle tan transcurrida. Miré a las personas que me cruzaba,
pero nadie me sonrió, apenas uno que otro me miró, pero nadie me sonrió. Todos
parecían cargar con unos sentimientos parecidos a los míos. Me faltaba solo una
cuadra para llegar a la plaza y subir al puente. Llegué a mi destino final, sin
que ni una sola persona me regalara una sonrisa, aunque fuese de piedad.
Comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia, la plaza estaba vacía, apenas
había unos cuantos patos en el lago. Subí el primer escalón, comencé a subir
lentamente. Cuando me faltaban unos seis o siete escalones, alcé mi mirada. Al
final de la escalera había un hombre que llevaba puesto un largo tapado negro,
era muy pálido. Para mi horrible sorpresa noté que su boca se abrió dejando al
descubierto unos enormes y blancos dientes, sonrió tanto que su cara se
desfiguró, sentí como si se detuviera el tiempo, como si nada se moviera a mi
alrededor, me quedé tiesa, observando aquella sonrisa amplia y desfigurada. No
parecía una sonrisa amable, no era lo que estaba esperando de cualquier persona
que me cruzara en la calle, era una sonrisa maliciosa- Parpadeaba seguido a
medida que su boca sonría cada vez más, sus ojos eran completamente negros, no
tenía cejas, y su frente se arrugaba porque aquella sonrisa despreciable le
fruncía el ceño, su nariz era pequeña, y con aquella horrible sonrisa parecía
desaparecerle del rostro. Ahí estábamos, frente a frente, él dos escalones más
arriba, yo tiesa, atónita, observándolo. No parecía humano. Con el miedo
latente en mi corazón, recorriendo cada parte de mi cuerpo, intentaba controlar
el temblor en mis rodillas para así poder terminar de subir al puente.
De repente el hombre giró haciendo volar la tela de su
abrigo largo y se marchó. Subí los dos escalones restantes y lo vi caminar con
prisa por medio del puente, y desapareció tras bajar las escaleras.
Caminé por el puente y me detuve, puse
mis manos en la baranda y miré las profundas y diáfanas aguas del lago, me
quedé ahí, sin mirar nada en concreto. Cerré los ojos y respiré profundamente,
el aroma antes de la lluvia siempre me resultó encantador. Entonces escuché una
voz que dijo cerca de mi oído: “No te preocupes, aquí estoy”. Giré
sobre mi misma y observé todo a mi alrededor, buscando la fuente de aquella
voz, pero no vi nada, creí que me estaba volviendo loca, cargaba una gran
depresión encima. Volví a poner mis manos sobre la baranda y miré el agua,
saltaría de una vez. Cuando estaba por decidirme, sentí que una mano helada se
apoyó sobre la mía, no quise subir mis ojos, sabía que él ahí estaría, sólo
miré la mano, era lánguida, muy pálida, tenía uñas largas y grisáceas. Me
apretó con fuerza, un escalofrió recorrió toda mi espalda, cuando él dijo:
“Dale, ¿Qué estas esperando? Salta, o mejor aún, saltaremos juntos, no puedo
esperar más para llevarte”.
Levanté mis ojos lentamente y lo miré,
sonreía, y sus ojos negros brillaban extrañamente. Solté su mano, su sonrisa
desapareció de su delgado rostro, sus ojos negros me observaban llenos de odio.
Salí corriendo de ahí. Paradójicamente, la sonrisa diabólica de aquel extraño
ser salvó mi vida, y me devolvió la inspiración para seguir escribiendo muchos
cuentos más.
Ayúdame
Me levanté muy despacio de la cama, tenía la sensación de tener un
millón de kilos encima, había tenido un profundo y pesado sueño, me costó poder
despertar, sólo tenía la sensación de haber dormido demasiadas horas. Me senté
fatigada junto a la ventana con mi taza de café en la mano. Con desgana, leí la
portada del diario. No podía dejar de pensar en el extraño suceso de la noche
anterior, regresaba a casa después de una jornada de trabajo, eran las ocho y
la noche estaba fría. Subí al tren que, como siempre, estaba repleto de gente.
Sabía que en tres estaciones podría sentarme.
A
esa hora todos los pasajeros lucen fatigados, se nota en la gente las ganas de
llegar a casa. El vagón comenzaba a vaciarse, me senté, tenía frente a mí a una
mujer embarazada, dos hombres de traje, y tres chicas que hablaban y se reían
contándose cosas. Miré todo el vagón, en un asiento, justo frente a mí, había
una anciana, llevaba puesto un tapado para lluvia de color marrón, su cabeza
estaba cubierta por un pañuelo negro atado por debajo de su mentón, noté que se
frotaba las manos, tenía guantes de cuero. Lo más extraño de esta señora era
que tenía gafas negras, eran muy grandes para su cara, podía verse una mecha de
cabello blanco a la altura de su oreja. Era pálida, y sus labios eran finos, su
rostro tenía muy marcadas las líneas de expresión. Un detalle llamó
poderosamente mi atención, tenía botas negras de tacón bajo, pero parecían algo
grandes para sus pies, primero pensé que quizás era ciega, pero al parecer,
sintió que la miraba, porque alzó su cabeza hacia mí repentinamente. Dejé de
mirarla, no quería incomodarla.
Pasaron algunas estaciones y el vagón
quedó vacío, solo estábamos la anciana y yo. Ella, desde que se había dado
cuenta de que la había estado observando, no dejó de mirarme, seguía con el
cuello erguido y su cabeza recta. En un momento ella se levantó del asiento y
se quedó de pie frente a mí. “¿Puedes ayudarme? Necesito tu ayuda”. Tenía una
voz fuerte y firme. No podía ver sus ojos debido a las grandes gafas oscuras
que llevaba puestas sobre su delgada y pequeña cara, sus facciones eran
delicadas, se notaba que seguramente había sido de joven una hermosa mujer, era
delgada y de contextura física pequeña.
–
¡Claro! –
exclamé, ella no se movía ni un poco –. ¿En qué puedo ayudarla? – le pregunté.
Ella seguía ahí rígida de pie frente a mí,
tenía una actitud rigurosa y fría.
–
Debo bajar
en la siguiente estación, bajaras conmigo para ayudarme – dijo la anciana como
ordenándome.
–
No puedo
hacer eso, me faltan dos estaciones más a mí – le respondí y sonreí levemente.
–
Dijiste que
ibas ayudarme – exclamó con el mismo tono de voz. La anciana era extraña, no se
movía, era extremadamente rigurosa en su postura, demasiada derecha, no bajaba
la cabeza cuando me hablaba, era una mujer muy rara.
–
Disculpe
señora, pero no puedo ayudarla bajándome en la próxima estación – dije.
–
Dijiste que
me ayudarías, sólo debemos bajar en la próxima estación, bajar las escaleras y
listo, es ahí abajo – dijo en su perfecta postura.
–
Si necesita
ayuda con las escaleras, quizás si se dirige a la ventanilla allí pueden
ayudarla – respondí.
–
¿No va
ayudarme? Dijiste que me ibas ayudar.
–
No lo haré,
lo siento, también quiero llegar a casa, tuve un día agotador – le dije y me
puse de pie. Ella no movió ni un solo músculo. El tren marchaba a alta
velocidad.
–
Prometiste
ayudarme. Por tu bien, deberías hacerlo – dijo la anciana.
La miré con desdén e intenté alejarme, me
quedé de pie frente a la puerta, podía verla a través del reflejo de los
vidrios en las puertas. La anciana se quedó en la misma posición, tiesa por un
rato, luego sentí que el miedo comenzaba a inundar mi corazón. Lentamente y con
movimientos rígidos, se quitó un guante, luego el otro, los metió en sus
bolsillos, caminó con tranquilidad hasta quedarse detrás de mí. Pude ver que
sus manos eran algo grandes para su contextura física, y que tenía unas uñas
enormes, parecían garras, oscuras y en forma arqueada. De repente levantó su
brazo y apoyó con fuerza su mano derecha en mi hombro derecho.
–
Debiste
bajar conmigo y ayudarme – dijo. Su voz se tornó grave e inhumana. Apretaba mi
hombro con fuerza, me asombró y me aterró descubrir que no era una vieja débil.
No podía moverme, sentí una extraña sensación de angustia –. Deberé engullirte
aquí.
–
¡Llévese lo
que quiera, mi teléfono y mi billetera están mi bolso! – le dije asustada en
voz alta y temblorosa.
–
No quiero
tu dinero – exclamó ella.
No quería girar para mirarla, la observaba por
el reflejo, no soltaba mi hombro y comenzaba a dolerme, giré apenas mi cabeza
para ver su mano, era grande, con bellos blancos y sus garras estaban
lastimándome. Volví mis ojos al reflejo, ella, muy lentamente con su mano
izquierda, agarró sus gafas con sus uñas y se las quitó, sentí un largo
escalofrío. Sus ojos eran grandes, mucho para su pequeño y refinado rostro
arrugado, y sus ojos eran cristalinos, con las pupilas dilatadas. Me giró con
violencia y caí al suelo, el tren estaba llegando a la estación. Ella se
inclinó lentamente y agarró mis mejillas con ambas manos, fue acercando su cara
a la mía, mirándome directamente a los ojos. Me sentí mareada, sentí que me
quedaba sin fuerzas, ella apoyó su nariz en mi boca e inspiró hondamente como
queriéndome oler. “Gracias por no ayudarme”, susurró la extraña anciana y me
liberó de sus garras. Las puertas se abrieron y ella salió del tren. Cuando las
puertas se cerraron, me levanté del suelo y la miré, caminaba tranquilamente.
Desde entonces noté que comencé a cambiar, lo que solía amar ya no me
importaba, todo me resulta indiferente, mi piel esta pálida y opaca, mis ojos
perdieron el brillo. Me siento vacía, como si me faltara algo. A veces la
sueño, y escucho su voz repitiéndose en mi mente. Sé que aquella anciana robó
mi alma, mi cuerpo cambia lentamente, nunca podré salir a la calle sin mis
gafas oscuras.
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